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Julián DíezFuera de colección
Extramuros
Julián Díez


Eduardo Mendoza
Sin noticias de Gurb

Brillante satira coyuntural

En alguna otra ocasión he comentado que parte de los problemas actuales de la ciencia-ficción están en su olvido de los presupuestos originales del género. O, más bien, de la forma en que el género ha terminado creyéndose la parte de la "ciencia" para olvidar que la novela de fantasías científicas existía mucho antes y tenía presupuestos bastante más interesantes para el lector medio que la especulación cachivachesca: la utopía política, la indagación satírica, la contemplación del "si esto sigue así" desde unos presupuestos próximos al lector medio. Jonathan Swift, Mary Shelley o George Orwell partieron de ese tipo de supuestos para utilizar nuestra literatura de realidades alternativas verosímiles dejando tras de sí algo más de huella que Hugo Gernsback, Murray Leinster y George H. White. Digo yo.

Sin noticias de Gurb

Sin embargo, la cf ha dado de lado por lo general -salvemos a las especulaciones sociológicas de Frederick Pohl, las sátiras de Robert Sheckley, las visiones postindustriales de J.G. Ballard, las heterotopías de Ursula Le Guin y a otro buen grupo de autores- de forma bastante estulta esa tradición político-social, en un fenómeno que se ha ido realimentando a sí mismo hasta tener uno la sensación de que sólo se escribe cf más o menos comprometida y/o en relación con la ciencia de ciencias, olvidando otras formas de saber (eludiré el debate de calificarlas a su vez como ciencias) que son susceptibles igualmente de una especulación como lo son la política o la sociología.

Cuando alguien entra en este terreno, por lo general lo hace desde fuera. Como lo hizo Eduardo Mendoza, el autor de varias de las mejores novelas españolas del final de siglo -dos recomendaciones personales: El caso de la cripta embrujada y La ciudad de los prodigios-, para comentar la realidad de la Barcelona preolímpica a través de los ojos ingenuos de un extraterrestre, dotados por tanto para ver lo extraordinario allí donde los ciudadanos veían su realidad cotidiana, faltos de perspectiva.

Ese viajero enfrentado a una sociedad que no comprende, viejo recurso literario con venerables antecedentes, es en este caso un innominado extraterrestre que queda varado en la Tierra en busca de su compañero de exploración, el llamado Gurb. La breve novela, articulada como grabaciones semiautomáticas de cada incidente que le sucede al narrador, se compone del relato de las patoserías de nuestro extraterrestre devorador de churros y de sus comentarios cargados de veneno acerca de la realidad político-social de Barcelona y Cataluña.

Mendoza alcanza momentos de auténtico delirio en su denuncia de las contradicciones de esa ciudad que ama con el amor verdadero, el que admite la crítica: "Me despierta un ruido tremebundo. Hace millones de años (o más) la Tierra se formó a base de horrorosos cataclismos: los océanos embravecidos arrasaban las cosas, sepultaban islas mientras cordilleras gigantescas se venían abajo y volcanes en erupción engendraban nuevas montañas; seismos desplazaban continentes. Para recordar este fenómeno, el Ayuntamiento envía todas las noches unos aparatos, denominados camiones de recogida de basuras, que reproducen bajo las ventanas de los ciudadanos aquel fragor telúrico". El párrafo resulta especialmente esclarecedor, porque nos muestra también el único uso que Mendoza hace de la ciencia en esta obra maestra de la ciencia-ficción española: como referente para introducir uno de los gags de su extraterrestre, que oponen el preciso mundo de lo racional que él comprende a la caótica realidad urbana.

El extraterrestre, tras su aterrizaje en Sardanyola, deambula por Barcelona, se alquila un piso, se convierte en improvisado camarero en un bar de las afueras, se emborracha en un tugurio del puerto, se emborracha con un chino que canta boleros, se emborracha en un prostíbulo con un ejecutivo que viaja en ala delta, acaba en un par de ocasiones en comisaría -encarnándose en cada ocasión en figuras humanas más improbables, desde el conde-duque de Olivares hasta Gandhi- y acaba por encontrar a Gurb convertido en figura social característica del pelotazo, una niña pija con un hermoso ático, viviendo tan ricamente y proyectando dirigir un garito de moda.

La novela, que fue originalmente publicada como un serial periodístico, sufre como mayor lastre su coyunturalidad. Hay chistes sobre Alfonso Guerra, los Albertos o la selección española de fútbol en el Mundial de 1990. Sin embargo, la novela no está en absoluto estancada en ese periodo, y buena parte de sus observaciones más atinadas siguen hoy bien vivas, especialmente el cariñoso retrato de los personajes de Barcelona, esa ciudad prodigiosa a la que Mendoza vuelve una y otra vez.

Una lectura, en resumen, francamente recomendable y que puede servir como rápida introducción (la novela es muy breve, y su ágil escritura la hace de lectura muy sencilla) para la obra de un escritor verdaderamente valioso, de los que demuestran que la calidad en el estilo y el buen trato literario del argumento están lejos de suponer dificultad en la lectura o monotonía en la narración. Cuestiones todas ellas de las que podría aprender la cf española: al fin y al cabo, hablamos de una novela con cientos de miles de ejemplares vendidos que debería servir como un ejemplo válido de qué es lo que el lector medio sí acepta.


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