"Cuando soplan los vientos del cambio" es uno de los relatos más hermosos y a la
vez mas inquietantes de Fritz Leiber. En él, un arqueólogo que está
explorando la superficie de Marte sufre una extraña alucinación: de repente ve
la catedral de Chartres alzándose de la nada en mitad de una pedregosa planicie
marciana. Pero el edificio, cuyo original fue destruido por una guerra nuclear
que devastó la Tierra, resulta ser algo más que un simple espejismo. El
protagonista se ve entonces inmerso en un remolino de percepciones cambiantes en
el que termina resultándole muy difícil diferenciar si lo que le transmiten sus
sentidos es real o no.
Mas allá del alcance de los sentidos
Dicen que el hombre es la medida de todas las cosas. Y es cierto. Todos somos
conscientes de la existencia de un universo que nos rodea. Pero el modo en que
percibimos ese universo está enturbiado por el proceso de filtro al que le
someten nuestros sentidos. El resultado es que nunca podemos estar absolutamente
seguros de que la realidad, aquello que subyace más allá de nuestra percepción,
sea exactamente tal y como pensamos que es.
Una de las primeras conclusiones que podemos obtener de este principio es que
ahí fuera, en el universo, existen muchísimas cosas a las que no hemos tenido
acceso y que quizás escapen de nuestra comprensión. Por ejemplo, en el relato "El árbol de saliva" de Brian W .
Aldiss se nos presenta a la raza extraterrestre de los Aurigas, cuya principal
característica es que resultan invisibles al ojo humano. Eso les permite moverse
impunemente entre nosotros, e incluso utilizarnos como animales de granja. Un
planteamiento parecido se hace en la película Depredador, donde una raza
extraterrestre poseedora de un avanzado sistema de camuflaje visita nuestro
planeta para dedicarse a su deporte favorito: la caza mayor.
En otras ocasiones, aquello que escapa de nuestra percepción va mucho más
allá de una simple invisibilidad. En Los cerebros de la Tierra, de Jack Vance,
unos extraterrestres llegan a la Tierra con la decidida intención de esterilizar el
planeta. La razón es que nuestro mundo está en el origen de una plaga
que les asola: un parásito llamado Nopal. Lo curioso es que tanto el Nopal como
los Gher, otra especie de semejantes características, habitan en un plano
diferente de la realidad fuera del alcance de nuestros sentidos, un plano en el
que también moran otras entidades mucho más siniestras que tampoco pueden ser
percibidas sin ayuda. "Los hombres regresan", del mismo autor, plantea una
situación en que todas las leyes fundamentales que rigen nuestra relación con la
naturaleza, como el principio de causalidad, se ven gravemente trastocadas al
atravesar la Tierra una zona del universo en la que no tienen
validez. En este mundo desquiciado la cordura desaparece y los locos se
convierten en los reyes de la creación. La novela de Vernon Vinge Un fuego sobre el
abismo también plantea la existencia de un universo estratificado con unas leyes
muy diferentes de las que conocemos en la actualidad.
Una de las obras en las que este encuentro
con lo desconocido resulta más
inquietante es sin duda Solaris, de Stanislaw Lem, recientemente llevada a la
pantalla por Steven Soderbergh (2003). Solaris es el nombre de un extraño
planeta, un mundo cubierto por un inmenso océano que parece constituir en si
mismo un gigantesco organismo vivo. Durante muchos años los científicos lo han
estudiado a fondo, incluyendo las extrañas formas que se generan en sus mares e
incluso han intentado infructuosamente comunicarse con él. Al comenzar la novela,
sin embargo, estos intentos están prácticamente abandonados. Kris Kelvin es un
astronauta que llega a la estación espacial que orbita el planeta para sustituir
a uno de sus tres ocupantes, muerto en extrañas circunstancias. Allí descubrirá
que los dos miembros del equipo que sobreviven se encuentran al borde de la
locura, porque están siendo perseguidos por unos extraños fantasmas extraídos de
su mente y convertidos en carne y hueso de los que no se puede huir. Él mismo
recibirá una visita de su pasado, una mujer a la que en un tiempo hizo daño y
con cuyo fantasma termina estableciendo una relación muy especial. Sin embargo, durante toda la novela planea
la duda de cuál es el propósito real de esas creaciones. ¿Su objetivo es estudiar a los hombres,
comunicarse con ellos o simplemente son una construcción incomprensible de la mente
alienígena que mora en los océanos del planeta? Son preguntas sin respuesta con
las que la maestría de Lem nos permite asomarnos al abismo de lo absolutamente
alienígena.
El centro del universo
Algunos autores postulan que la finalidad última de un universo lleno de
secretos puede ser, precisamente, el conocimiento de
todos esos misterios. Por ejemplo, en "Los nueve mil millones de nombres de
Dios", Arthur C. Clarke cuenta la historia de unos monjes que adquieren un
superordenador para dedicarse a la aparentemente peregrina tarea de escribir
todos los posibles nombres de Dios, tras lo cual postulan que el mundo habrá
cumplido su misión y se desvanecerá en la nada. Una idea parecida se desarrolla
en El instante Aleph, de Greg Egan. La trama de esta novela gira en torno a la
TOE, la Teoría del Todo que persiguen los físicos para dar una explicación
unificada al universo y sus leyes. Enmarcada en un entorno profundamente
tecnológico y futurista, pero a la vez enormemente plausible, la búsqueda de
esta teoría pronto adquiere tintes siniestros ante la posibilidad de que al
alcanzarse la plena comprensión del universo éste simplemente desaparezca.
La perspectiva que Egan ofrece del proceso de percepción a veces recuerda
mucho a las tesis del solipsismo. Según esta filosofía, sólo existe aquello que
puede ser captado por nuestros sentidos. Si en algún lejano bosque cae un árbol
en un momento dado y nosotros no tenemos ninguna percepción de ese suceso,
podemos asumir tranquilamente que el fenómeno no ha tenido lugar. El solipsista
lleva al límite esta idea al considerar que no puede afirmar ninguna existencia
salvo la propia, pues todo es a la postre una percepción o representación de su
conciencia. El mismo universo no existe, sino que puede ser una construcción más
de la mente del sujeto. Por ejemplo, en "Las ruinas circulares", de Jorge Luis
Borges, un mago llega a las ruinas de un templo animado por un curioso propósito:
se propone nada menos que soñar un hombre. Su sueño deberá estar completo hasta
el más ínfimo detalle y la esperanza del mago es infundirle vida en el proceso.
El cuento nos relata el minucioso proceso de construir a ese individuo a partir de un
sueño. Al final, su empeño se ve coronado por el éxito, pero como consecuencia
del mismo el mago termina descubriendo que él mismo no es real, sino que otro a
su vez le está soñando.
El poder de un dios
La capacidad de recrear un universo entero con la mente lleva implícito un
enorme poder, especialmente respecto de las criaturas que moran dentro de ese
universo. En el relato de Fredric Brown "No sucedió", un individuo descubre, a
raíz de un accidente, que el mundo que le rodea es tan solo una construcción de
su mente. Después de eso la tentación de emplear ese poder en su propio
beneficio se hace irresistible y comienza a hacer un uso indiscriminado de él... hasta que de repente
descubre que la situación es bastante más compleja de lo que pensaba.
La capacidad de alterar la realidad a voluntad es un don normalmente
atribuido a los dioses. Pero cuando un individuo normal, con las limitaciones de
un individuo normal, accede a ese poder, los resultados pueden resultar
estremecedores. Ésta es la idea que desarrolla "Rebote", también de Brown, que
nos narra la historia de un truhán que de repente se ve agraciado con la
capacidad de imponer su voluntad a todos los que le rodean. En "Jeffty tiene cinco años",
de Harlan Ellison, ganadora del Hugo y del Nebula, un niño consigue mantenerse
anclado en el pasado, arrastrando a los que le rodean a una
realidad que quedo muy atrás en el tiempo para el resto del universo.
El relato de Ellison utiliza una receta muy socorrida y de gran éxito dentro
del género de terror: el poner un gran poder al servicio de la inconsciencia y
la crueldad propias de un niño. "Las palabras de Guru", de C.M Kornbluth es una
aterradora narración en la que se nos describe cómo un niño adquiere enormes
poderes con ayuda de una criatura procedente de otra dimensión, y el terrible
uso que hace de los mismos. "Nacido de hombre y mujer", de Richard Matheson,
incide especialmente en el proceso de descubrimiento de esas capacidades por un
niño de corta edad. Pero la visión casi definitiva sobre este tema aparece en el
famoso relato de terror "Es una buena vida", de Jerome Bixby. Anthony Freemont
es un niño de seis años con el poder de hacer que se cumplan todos sus deseos. Este niño ha aislado Peaksville, el pueblecito del medio oeste en el que vive,
del resto del universo y ha impuesto su voluntad sobre él. Lo terrible en
este caso es que Anthony tiene la mentalidad, la imaginación y la crueldad de un
niño de corta edad. Debido a esto, todos los habitantes del pueblo deben sonreír
constantemente y pensar y decir cosas felices, puesto que si desobedecen Anthony
los hace desaparecer en el maizal o les convierte en versiones grotescas de sí
mismos. Una narración estremecedora y un aviso de lo que puede suceder cuando
esta capacidad de cumplir todos los deseos cae en malas manos.
La vida es sueño
No siempre es necesario ser un mutante de seis años dotado de increíbles
poderes para poder alterar el mundo que nos rodea a nuestro antojo. En realidad,
eso es algo que solemos hacer a menudo cuando soñamos. Durante el sueño, en
muchas ocasiones las percepciones que fabula nuestro cerebro son indistinguibles
de las que recibiríamos procedentes de estímulos reales. ¿Quién no ha soñado algo con tal nitidez que le ha costado distinguir si se trataba o no de un sueño? Debido a esto, al igual que en el relato de Borges al que hacíamos alusión más arriba,
muchos autores han especulado si la realidad que nos rodea es un sueño de
nuestra mente (o de alguna otra mente) o tiene una existencia tangible: como
decía Calderón "Toda la vida es sueño y los sueños, sueños son".
Buena parte de la esencia de los sueños se encuentra en las experiencias que
ya hemos vivido. Ciertamente un importante porcentaje de nuestra concepción del
universo depende de nuestro conocimiento del pasado. Si
dicho conocimiento se
modifica también se modificará, sin duda, el modo en que
contemplamos el mundo que nos rodea. Ésta es una de las conclusiones más estremecedoras a las
que llega 1984, de George Orwell. En este libro, el planeta está dividido entre
tres grandes superpotencias que por fin han descubierto el móvil
perpetuo del desarrollo económico: la guerra permanente. Pero para que este esquema
funcione, las alianzas entre las superpotencias deben ser fluidas. Ninguna de
ellas puede perder la guerra definitivamente u obtener la hegemonía absoluta, pues de lo
contrario el ciclo productivo terminaría rompiéndose. El resultado es que quien
hoy es aliado de Eurasia mañana puede ser su enemigo. ¿Cómo convencer entonces a
los habitantes de cada superpotencia en cuestión que el enemigo siempre ha sido y será
Eurasia? Controlando con mano férrea el pasado. Con cada cambio, con cada
desviación de lo estipulado, un ejército de funcionarios del siniestro
Ministerio de la Verdad elimina y modifica toda posible referencia documental
a la guerra ahora inexistente y termina dando una nueva consistencia a la
realidad. Periódicos, libros, biografías, fotos... todo es retocado para apoyar
la idea de que el pasado real es el pasado que dicta el partido único. Y
los recuerdos, el ultimo baluarte de cordura en ese mundo desquiciado, son
asfixiados por el invisible brazo de la Policía del Pensamiento, que auxiliado
por el omnipresente ojo de las telepantallas no solamente encarcela y asesina a
cualquier disidente político sino que también borra de la realidad toda traza de
su existencia. "Quien controla el pasado controla el presente". Un lema sencillo
pero que lleva implícito un nivel de control de la realidad que resulta
simplemente aterrador.
Causas y efectos
El control del pasado como forma de control de la realidad no es más que una
expresión del modo en que nuestra mente percibe el paso del tiempo. El pasado es
algo que queda detrás de nosotros y al que sólo accedemos a través de nuestra
memoria y de las contadas evidencias que perviven de cuando era presente.
Si alteramos esas evidencias (como hacían los funcionarios del Ministerio de la
Verdad) y alteramos el pensamiento (como implicaba la labor de la siniestra
Policía del Pensamiento en el Ministerio del Amor), el pasado se convertirá en
algo fluido adaptado a la realidad que deseamos imponer.
La ciencia-ficción nos ofrece un camino mucho más rápido y seguro para
conseguir ese objetivo que la terrible dictadura impuesta por el Gran Hermano.
Si alguien viajara hacia el pasado y actuara contra él podría alterar
simultáneamente el presente y el futuro. Un viajero que inadvertidamente matase
una mariposa en la más remota antigüedad podría cambiar completamente todo el
entramado de la realidad. Ése es el argumento del archiconocido relato de
Bradbury "El sonido de un trueno". Los afectados ni siquiera tienen por qué ser
conscientes de que su realidad había cambiado. Esto es algo que se describe en
el relato de Lafferty "El día que burlamos a Carlomagno", donde el espectador es
plenamente consciente de la naturaleza de los cambios que se operan sobre la
realidad, pero los protagonistas del relato no.
Como consecuencia de esto podemos considerar que el viaje temporal es, de
facto, la mejor herramienta que puede ocurrírsenos para modelar de un modo
efectivo la realidad. Así lo hace Isaac Asimov en su conocida novela El fin de
la eternidad. En ésta, la Eternidad es una organización situada fuera del
tiempo cuyo principal objetivo es proteger a la raza humana de las peores
catástrofes que le acechan. Mediante las adecuadas intervenciones, se erradican
guerras, se evitan cataclismos, se impide la aparición de enfermedades. Pero el
precio a pagar es altísimo, porque la propia evolución de la humanidad y su
supervivencia se ven puestos en entredicho. Algo parecido se describe también en
el clásico relato de Alfred Bester "Los hombres que mataron a Mahoma": cualquier
intervención en el pasado puede volverse fácilmente contra el que la lleva a
cabo.
Profeta de la realidad
Uno de los escritores que dentro del campo de la ciencia-ficción más y mejor
han explorado las posibles ramificaciones del problema de la realidad ha sido sin
duda Philip K. Dick. Este tema es uno de los elementos fundamentales de su obra:
sus personajes frecuentemente deben desenvolverse en un entorno en el que nada
resulta ser lo que parece. Pero su portentosa imaginación consiguió plantear
este problema de tantos modos diferentes que casi nunca dio la impresión de
estar repitiendo sus planteamientos.
Por ejemplo, en su celebre relato "Podemos recordarlo todo para usted", que
sirvió de base para la película Desafío total, se nos presenta una empresa,
Memory Call, que se ha especializado en un curioso negocio. Por una moderada
cantidad de dinero, son capaces de implantar los recuerdos de unas magníficas
vacaciones en cualquier lugar del Sistema Solar que elija el cliente. Todo
recuerdo de su paso por la compañía es suprimido y se garantiza que las memorias implantadas son indistinguibles de la realidad. Además, se suministra al cliente un juego de souvenirs de modo que para éste el viaje se convierte en
algo con una existencia constatable. Esto permite que pueda vivirse
cualquier experiencia por una fracción del coste real y sin ningún riesgo. El
problema aparece cuando al intentar implantar unos recuerdos se descubre que el cliente
ya tenia su propio conjunto de memorias artificiales incorporadas.
Un enfoque diferente se presenta en Un ojo en el cielo. En esta novela, un
grupo de personas sufre un espectacular accidente mientras visitaba un
acelerador de partículas. Durante un instante, debido al shock y a la radiación,
sus conciencias se entremezclan. El resultado es que los ocho accidentados van
viviendo sucesivamente toda una serie de realidades cambiantes, dentro de una
percepción del tiempo ralentizada, mientras sus cuerpos permanecen tirados sobre
el suelo del acelerador a la espera de ayuda. Estos universos alternativos están
modelados por cada una de las conciencias, y forman una sucesión de mundos
desquiciados en el que cada cual vive en su propia carne la particular visión
del universo de cada uno de sus compañeros, que oscilan de lo esperpéntico a la más
terrible de las pesadillas.
Laberinto de muerte arranca con un planteamiento bastante convencional. Un
grupo de colonos es destinado a un remoto mundo y por accidente quedan
desconectados del resto del universo. Al cabo de un tiempo, empiezan a morir
asesinados uno tras otro, en medio del sorprendente descubrimiento de que el
planeta, inicialmente deshabitado, en realidad está poblado por unas extrañas
criaturas. Cuando todos los colonos mueren, y en un típico giro de este autor, se
descubre que en realidad los colonos son los tripulantes de una nave
averiada sin posibilidad de rescate que pasan el tiempo con la ayuda de un
ordenador recreando mundos imaginarios. Sin embargo, lo inquietante es
que una de las criaturas introducidas por el ordenador, una deidad conocida como El
Intercesor, parece cobrar existencia de repente y se lleva consigo a uno de los
tripulantes.
Las servidumbres de una realidad virtual impuesta aparecen también en su
novela Tiempo desarticulado. Ragle Gumm, de 46 años, lleva una existencia
bastante anodina
en un tranquilo pueblo de los Estados Unidos. Su única ilusión en la vida es
participar en un concurso organizado por un periódico local, que consiste
en acertar en una cuadrícula donde aparecerá un hombrecillo verde. Curiosamente,
Ragle Gumm lleva ganando ese concurso de un modo sistemático desde hace tres
años, y éste ha terminado convirtiéndose en su única fuente de ingresos. Sin
embargo, una serie de extraños acontecimientos le hacen pensar que las cosas en
realidad no son lo que parecen. Algunos objetos se desvanecen, aparecen
interruptores de la nada y una revista con una fotografía de Marilyn Monroe se
vuelve irreconocible, porque en ese universo Marilyn Monroe no ha existido. Poco
a poco Gumm descubre la verdad: no se encuentra en 1956 sino en 1998 y está
siendo utilizado como un arma en la guerra que enfrenta a los habitantes de la
Luna, que buscan su independencia, con una dictadura terrestre muy parecida a la
de Un mundo feliz. Una novela cuyo planteamiento recuerda mucho, sin duda, al de
la película El show de Truman.
Una tesis parecida se desarrolla en uno de sus relatos más conocidos, "La hormiga
eléctrica". Garson Poole, prestigioso director de una gran compañía, sufre un
accidente por el que pierde su mano. Al despertar en el hospital le espera un
terrible descubrimiento: Poole en realidad no es humano, es una "hormiga
eléctrica", un androide puesto al frente de la industria que preside para
dirigirla con la máxima eficiencia. Todo su mundo se desmorona, máxime al
descubrir que su percepción de dicho mundo también está contenida dentro de su
programa. Nada de lo que le rodea es real, tan sólo corresponde a las
perforaciones de la cinta que corre incesantemente en su interior: tapando o
modificando las perforaciones es capaz de modificar la realidad que perciben sus
sentidos. Y poco a poco la idea de terminar con todo, destruir la cinta y ver
colapsarse al universo a su alrededor va haciéndose cada vez más irresistible.
En "La fe de nuestros padres" Philip K. Dick lleva a cabo una nueva
aproximación al problema de la realidad, esta vez desde la perspectiva del control químico
de la población. En un universo alternativo al nuestro, Occidente ha sido
derrotado por China tras una guerra nuclear y química. El mundo está regido con
mano de hierro por un partido de corte maoísta que vela por la pureza ideológica
de sus ciudadanos bajo la mirada paternal de su líder, el Benefactor Absoluto. Tung Chien, un joven funcionario del partido, se prepara para ascender en su carrera dentro de la organización. Pero un encuentro casual con un vendedor
ambulante terminará por descubrirle que la realidad en la que vive no es
exactamente como pensaba y que Dios no sólo puede ser omnipotente sino también
infinitamente perverso.
De todos modos, la obra que quizás mejor refleja las obsesiones de Dick en
este campo es Ubik. Esta novela se ambienta en un mundo (emparentado
directamente con el de su relato "Lo que dicen los muertos") en el que los
mutantes se han agrupado para poner sus habilidades al servicio de
las empresas, bien para espiar al contrario, bien para evitar que la competencia
les espíe. Un mundo en el que los muertos no están muertos del todo, sino que
pueden seguir comunicándose con los vivos mediante una forma de hibernación que
se conoce como "semivida". Un mundo regido por una feroz competitividad en
el que todo vale, incluyendo el asesinato de la competencia. En este entorno, un
equipo de mutantes recibe un encargo para un trabajo bastante comprometido en la
Luna. Pero el presunto encargo resulta ser una trampa, y su jefe muere en un
atentado, pasando al estado de semivida. Sin embargo, algo extraño sucede:
el tejido mismo de la realidad parece desgarrarse alrededor del grupo y pronto
todos tienen que plantearse cómo mantener la cordura en un mundo que parece
deslizarse a una velocidad cada vez más acelerada hacia atrás en el tiempo y en
el que el único elemento estable parece ser un misterioso producto llamado Ubik.
Dick usa en esta obra buena parte de los referentes a los que nos hemos referido
hasta este momento. De una parte tenemos a la mutante con la capacidad de
alterar la realidad a su antojo, que se incorpora al equipo en el último
momento. Por otra, el niño con el poder de imponer su voluntad al mundo que le
rodea. Y, sobre todo, en toda la novela está omnipresente el concepto de la
realidad como algo percibido por unos sentidos que pueden estar equivocados o
mostrarnos algo que corresponde a un plano diferente de la realidad que nos
rodea.
El mundo en una pastilla
En el fondo, uno de los paradigmas de Ubik es que resulta mucho más sencillo
alterar la percepción de la realidad de un individuo que alterar la realidad en
sí misma. En efecto, si podemos hacer que el sueño sea indistinguible de la
vigilia y podemos controlar ese sueño, a la postre estaremos controlando la
realidad del soñador. Uno de los caminos que permiten solucionar fácilmente este
problema es el de las drogas. Es bien conocido que muchísimas sustancias de este
tipo basan su efecto en alterar lo que perciben los sentidos de aquellos que las
consumen, incluso generando alucinaciones hiperrealistas de una realidad
inexistente. Si se consiguiera controlar ese efecto sobre la percepción podrían controlarse el modo en que el individuo ve el mundo
y, por qué no, la propia naturaleza de ese mundo. Un ejemplo de esto lo
encontramos en la novela Una mirada en la oscuridad, de Dick, en la que este
expone, utilizando muchos elementos autobiográficos, los efectos de la adicción
a las drogas sobre la percepción de la realidad. En el clásico de Aldus Huxley,
Un mundo feliz, la sociedad esta dividida en castas rígidamente separadas y
seleccionadas por criterios genéticos. Pero la competencia entre clases es
inexistente. Y una de las razones de esa inexistencia es la presencia del soma,
una droga que produce un estado de felicidad permanente entre sus consumidores y
contribuye a "lubricar" el funcionamiento de la sociedad.
En A cabeza descalza Brian W. Aldiss plantea un uso mucho más siniestro de
estas drogas. La novela narra el enloquecido viaje del protagonista a través de
una Europa desquiciada que ha sido bombardeada hasta la saturación con drogas
psicodélicas durante la Tercera Guerra Mundial. El libro, de una gran
complejidad estilística, muestra la evolución del nivel de racionalidad de la
mente del protagonista en función de la cantidad de drogas y los diferentes
efectos asociados a las mismas con los que se encuentra a lo largo de su viaje.
Otro interesante ejemplo de manipulación química de la realidad lo
encontramos en la película Dark City (Alex Proyas, 1998). El protagonista
despierta un día sin memoria y descubre que es buscado como asesino en serie.
Confuso, pero seguro de no ser culpable, escapa en la creencia de que si recobra
la memoria será capaz de probar su inocencia. Sin embargo, pronto descubre que
la realidad en la que se encuentra resulta bastante extraña. No recuerda haber
visto nunca el sol. Es incapaz de encontrar los sitios donde jugaba de niño y la
ciudad tampoco es exactamente como la recordaba. La situación se complica
todavía más con la aparición de unos extraños seres con la habilidad de detener
el tiempo y alterar la realidad, una realidad que ciertamente no es lo que
parece, y en la que los recuerdos y las personalidades de sus habitantes parecen
estar inducidos por estos seres mediante unas misteriosas inyecciones.
Pero una de las obras en las que este tema esta más perfectamente retratado
es Congreso de futurología, de Stanislaw Lem. Al igual que en Ubik, el lector
se encuentra en esta novela con una realidad estratificada en múltiples niveles.
Ijon Tichy es invitado a un congreso de futurología en el que los participantes
deben debatir y buscar soluciones a los problemas de la humanidad. Sin embargo, en un momento
dado la situación política del país donde tiene lugar el congreso se deteriora
rápidamente y el gobierno decide controlar la situación bombardeando a la
población con una serie de sustancias químicas que afectan a la mente de quien
las respira, urgiéndole a hacer el bien y a arrepentirse y buscar el perdón. En
este momento, el protagonista empieza a perder el contacto con la realidad: en
medio de las alucinaciones provocadas por estas drogas, Tichy despierta en un
futuro dominado por la psiquímica, una ciencia que manipula la mente mediante
las sustancias químicas. En este mundo cualquier cosa concebible puede
conseguirse mediante la pastilla adecuada. Todo parece funcionar
maravillosamente, y da la impresión que gracias a este sistema la humanidad ha
conseguido superar la mayor parte de los problemas que se debatían en el congreso. Pero al mismo tiempo la
gente de ese mundo vive cada vez más aislada de la realidad, en un entorno en el
que cualquier tipo de percepción puede ser manipulada indiscriminadamente.
Un mundo de locos
Conforme evolucionamos como especie y se incrementa nuestro conocimiento del
modo en que funciona el universo que nos rodea, más capacitados creemos estar
para determinar cuáles son los mecanismos por los que se rige la realidad.
Sin embargo, no hay nada tan enloquecedor para ese conocimiento como la mecánica
cuántica. En el mundo en que vivimos, cuando alguien intenta atravesar una pared
es detenido por ella. Nadie se encuentra en dos sitios al mismo tiempo, y
cuando se arroja una moneda no sale a la vez cara y cruz. Sin embargo, éstos
son sucesos corrientes en el mundo cuántico. Como dijo en cierta ocasión
Einstein: "Si todos los postulados de la mecánica cuántica fueran correctos el
mundo estaría loco".
La exportación al mundo macroscópico de los fenómenos cuánticos ciertamente
da lugar a situaciones sorprendentes. Por ejemplo, en Las
estrellas mi destino,
de Alfred Bester, una suerte de teleportación muy semejante a un efecto túnel
macroscópico no solamente propicia profundos cambios sociales sino que también
proporciona una visión completamente nueva de nuestra percepción del universo.
Cuarentena, de Greg Egan, juega con el concepto del principio de superposición y
el colapso de la función de estado. El autor postula que la realidad, tal y como
la percibimos, procede del colapso de los estados cuánticos debido a un
mecanismo inconsciente en la mente del observador. Ahora bien, si este mecanismo
dejara de ser inconsciente el observador terminaría por convertirse en un
autentico semidiós, puesto que dispondría de la capacidad de elegir
selectivamente aquellas líneas de la realidad que más le interesaran. Atravesar
paredes, viajar al futuro, hacer aparecer de la nada criaturas mitológicas...
casi todo sería posible. Una idea semejante es utilizada por Robert J. Sawyer en
su relato "Universo monolítico", donde un experimento de física de alta energía
hace perder la conciencia a toda la humanidad y proyecta las mentes veinte años
en el futuro durante unos minutos. En ese periodo de tiempo, las cámaras de
vídeo, los equipos informáticos y todos los aparatos de registro dejan de
funcionar porque al no existir observadores que colapsaran la realidad ésta
queda atrapada en un estado de indefinición cuántica.
La idea del multiverso también contiene una profunda reflexión sobre el
sentido de la realidad. En Cosmo, de Gregory Benford, un experimento fallido con
un colisionador de iones pesados tiene un resultado sorprendente: una esfera
aparentemente compacta del tamaño de una pelota de baloncesto. Pero lo más
sorprendente es que la esfera en cuestión es un universo parecido al nuestro,
pero quizá con otras leyes y otro destino. En relación con este tema Damon Knight desarrolla una amarga
reflexión sobre el poder y el uso del poder en su relato "¿Qué bestia torpe?".
En cierto modo este cuento vuelve sobre el arquetipo de la lámpara de Aladino. Y
sobre cómo el tener la capacidad de modificar la realidad no significa
necesariamente que dicha realidad pueda ser alterada impunemente... incluso
cuando existe la voluntad de hacer el bien con ello. El resultado es que el
protagonista, dotado de una sorprendente capacidad para elegir entre diferentes
líneas de realidad, termina por convertirse en un desarraigado para el que el
universo es un lugar permanentemente cambiante. Un excelente relato al que una
acertada mezcla de amargura e ironía convierte en una de las narraciones más
características de este autor.
El tema del multiverso en relación con la realidad también es tratado por
Egan con un tono bastante pesimista en "El asesino infinito". Este relato plantea
el descubrimiento de una siniestra droga que permite a la mente del consumidor
viajar entre sus diferentes encarnaciones en el infinito número de universos
posibles. De este modo, si durante el "viaje" experimentara alguna situación
desagradable simplemente pueden cambiar a otra mente para la que ese problema no
existiera y seguir viajando. Hasta aquí podría parecer que esta droga
simplemente proporciona un mecanismo de evasión no muy diferente al de tantas otras. Pero
el problema está en que determinados adictos han desarrollado la capacidad
de llegar mucho más lejos en sus viajes: no solo sus mentes pueden viajar entre los diferentes
universos sino también sus cuerpos. Y debido a esto, en torno suyo terminaba produciéndose un
desgarrón de la realidad capaz de arrastrar a todos los que se encuentra a su
alrededor a través de esa puerta interdimensional.
Epilogo
La mecánica cuántica viene a cerrar, en cierta medida, el círculo que
abrieron los primeros pensadores que se preguntaron sobre la esencia de la
realidad. No solamente por su capacidad de mostrarnos cómo existe un universo
más allá de nuestros sentidos que contradice abiertamente nuestras percepciones
y nuestra visión del cosmos. También por el modo en que conceptos como la
realidad cambiante o el solipsismo han venido a encontrar, hasta cierto punto,
un inesperado espaldarazo dentro del campo de la ciencia. En cualquier caso,
todavía estamos lejos de alcanzar la plena comprensión de los mecanismos por los
que se rige el universo y nuestra interacción con él. Puede que cuando
alcancemos esa comprensión el sentido ultimo del cosmos que nos rodea se vea
colmado, tal y como proponían Clarke o Egan. Lo que si esta claro es que hasta
alcanzar esa meta todavía tenemos por delante un camino fascinante y lleno de
descubrimientos e interrogantes por resolver.
Archivo de Cromopaisaje
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