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Cristóbal Pérez-Castejón Ciencia en la ciencia-ficción
Cromopaisaje
Cristóbal Pérez-Castejón




La balada de R'ton

En la novela de Paul McAuley Hijo del Río se nos presenta un planeta, Confluencia, dotado de una curiosa población. Al principio podemos pensar que nos encontramos ante una heterogénea comunidad humana dotada de algunos individuos peculiares. Sin embargo, conforme profundizamos en la lectura nos damos cuenta que en realidad los habitantes de Confluencia no pertenecen a nuestra especie, sino que son híbridos desarrollados a partir de una mezcla de ADN humano y animal para la colonización y el desarrollo de ese planeta.

Esto podría parecernos una historia de ciencia-ficción más si no fuera porque la genética es uno de esos campos en los que los avances se suceden a velocidad de vértigo. Cada día nos levantamos con noticias que hacen que especulaciones como las de Un mundo feliz de Huxley o Gattaca parezcan cada vez más y más cercanas. Y cuando leemos en la prensa cotidiana que científicos de Estados Unidos están estudiando seriamente la creación de un híbrido entre ser humano y ratón para experimentar con células madre, resulta difícil dejar de preguntarse si las especulaciones de McAuley y de tantos otros que le precedieron no acabaran por convertirse en un elemento cotidiano de nuestras vidas.

Lo mejor de dos mundos

En realidad la hibridación, entendida como el proceso por el cual dos individuos de diferentes especies procrean para dar lugar a un ser que mezcla las características de sus progenitores, es un proceso relativamente corriente en la naturaleza. En el reino vegetal resulta bastante común la polinización cruzada entre especies relacionadas y lo mismo sucede con los animales. En ocasiones incluso pueden conseguirse híbridos de especies distintas, como sucede con las mulas, resultado del cruce de caballos y burros.

Una característica interesante de este proceso es que los híbridos suelen ser mayores y más robustos que las especies de las que proceden, puesto que la combinación de los genes permite reunir dentro de un mismo individuo características propias de cada uno de sus progenitores. Esta mezcla se lleva a cabo de acuerdo con las leyes de la genética, de modo que las características en cuestión en ocasiones no aparecen en la primera generación sino a partir de la segunda y sucesivas. De hecho, Mendel estableció la base de dichas leyes a partir de sus estudios sobre la hibridación de dos variantes de guisantes. Sin embargo, también existe un precio a pagar: muchas variantes híbridas, aunque mayores y más productivas que sus parientes silvestres, son estériles, debido a que las diferencias introducidas en los cromosomas son lo suficientemente importantes como para inhibir el proceso de reproducción.

Jugando con los genes

La hibridación se ha utilizado desde la noche de los tiempos por la humanidad. En efecto, el cruce de variantes diferentes de una especie en busca de unas características determinadas (tamaño, mayor cantidad de lana o carne, docilidad) constituye una de las bases fundamentales tanto de la ganadería como de la agricultura. Históricamente, en el caso de los animales la técnica más utilizada ha sido el apareamiento de un macho de una variedad o especie con una hembra de la otra. Para los vegetales se usa un procedimiento semejante, colocando el polen de una variedad en los estigmas de la otra. También se utilizan mucho los injertos, que consiste en la implantación mediante un procedimiento quirúrgico de esquejes de la planta (pequeños tallos que se obtienen a partir de brotes) en otra planta para formar un híbrido. Este procedimiento tiene la ventaja de que la selección de las características del híbrido no está regulada por la genética, sino por los atributos de partida de los progenitores utilizados.

La aplicación de la genética ha supuesto un auténtico revulsivo en las técnicas de hibridación. Ya los trabajos de Mendel, que ayudaron a comprender los mecanismos de transmisión de características entre progenitores y vástagos propiciaron un enorme avance respecto de los métodos tradicionales. Pero las moderna biotecnologia ha ido muchísimo más allá. Hoy en día pueden cogerse dos células y fusionarlas en el laboratorio permitiendo hibridaciones imposibles en la naturaleza. Estas células se pueden cultivar posteriormente para dar lugar a embriones. Sin embargo, éstos no tienen por qué ser viables, ni sus características tienen por qué coincidir con lo que estabamos buscando al crearlos. Estos problemas se solucionan actuando directamente a nivel de los genes: la aplicación de la tecnología del ADN recombinante nos permite insertar genes humanos en el genoma animal, de modo que los híbridos resultantes codifiquen esos genes. De este modo se han conseguido resultados realmente espectaculares: ovejas y cabras en cuya leche se genera insulina, ratones transgénicos en cuyo semen aparecen proteínas humanas, vacas que dan leche maternizada directamente, cerdos cuyos corazones pueden utilizarse para transplantes y ratones en cuyo lomo crecen orejas humanas...

Todo un mundo de posibilidades

Sin embargo, el objetivo del experimento que nos ocupa es diferente. Éste consiste en evaluar diferentes estrategias para utilizar y desarrollar las propiedades de diferentes estirpes de células madre utilizando un ratón como base para el experimento. Al inyectar estas células en un embrión, cuando éste se desarrollara acabaría con colonias de células humanas repartidas por todo su organismo.

Las células madres se han convertido, en cierto modo, en la piedra filosofal de la moderna biotecnologia. Procedentes de las primeras etapas de la división del óvulo, tienen la posibilidad de convertirse en cualquier elemento de nuestro organismo. En efecto, un óvulo fecundado es una célula totipotente, capaz de generar a un individuo completo. En los cuatro primeros días del desarrollo embrionario el óvulo experimenta varias divisiones. Cada uno de los resultados de ellas es a su vez una célula totipotente, capaz así mismo de generar un individuo completo (lo que es la causa, por cierto, de la existencia de los gemelos monocigóticos). A partir del cuarto día se forma el blastocito, cuya capa externa da lugar a la placenta y al resto de tejidos necesarios para el desarrollo del feto. Las células de la capa interna de este blastocito ya no son totipotentes en cuanto que no pueden dar lugar a individuos separados, aunque todavía pueden generar todos los tejidos de un individuo en concreto. Por eso se dice que son pluripotentes. Estas células pluripotentes son las que posteriormente generaran las células especializadas para la creación de los diferentes órganos y tejidos.

Las células madre no son un patrimonio exclusivo de los embriones, sino que también aparecen en el organismo adulto. Las más conocidas son las que residen en la medula ósea y se dedican a la producción de las diferentes células sanguíneas. Recientemente se han descubierto también células madre en el cerebro y en otros órganos.

El santo grial

Las células madre tienen dos comportamientos que las diferencian del resto de las células del organismo. El primero, que tienen capacidad de autogeneración (es decir, pueden producir más células madre). El segundo, que pueden producir otras células que, como comentábamos más arriba, tienen la capacidad de especializarse en la generación de cualquier órgano o tejido.

Este comportamiento las convierte en algo extremadamente potente a la hora de tratar determinadas enfermedades. Por ejemplo, recientemente se ha anunciado que mediante un tratamiento adecuado se ha conseguido convertir células madre inyectadas en la columna vertebral de un ratón en neuronas y tejido nervioso. Si tenemos en cuenta que hasta no hace demasiado se pensaba que el tejido nervioso no podía regenerarse podremos darnos cuenta del alcance de este descubrimiento. Estos experimentos abren una puerta a la esperanza para los afectados por enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson o los que sufren lesiones medulares como las que van asociadas a tantos accidentes y que suelen tener como secuela diferentes niveles de parálisis.

Estas células también puede utilizarse para tratar el cáncer. En otro experimento se han seleccionado células inmaduras de la medula espinal y mediante un tratamiento genético se las estimuló a producir una proteína anticancerígena. Asimismo, las células madre procedentes de la placenta y del cordón umbilical han demostrado un enorme potencial a la hora de tratar determinadas formas de leucemia.

Por último, la capacidad de las células madre, especialmente de las embrionarias, para especializarse en la producción de cualquier órgano o tejido ofrece perspectivas revolucionarias en el tema de los transplantes. En efecto, con esta técnica no solamente seria posible regenerar in situ órganos dañados sino que también podrían “fabricarse” órganos a medida con vistas a posibles transplantes. Por ejemplo, una de las líneas de investigación que se sigue actualmente consiste en la utilización de estructuras tridimensionales basadas en polímetros que se siembran con células madre que tras un adecuado proceso de estimulación y crecimiento dan lugar a órganos funcionalmente semejantes a los naturales. Pasado cierto tiempo la estructura polimérica de soporte se reabsorbe y el órgano quedaría listo para su uso. Por este procedimiento se han generado hígados y otros órganos bastante prometedores y ya se comercializa piel sintética, formada por dermis y epidermis desarrollada a partir de células madre. Estas técnicas abren también una gran esperanzas a colectivos como los diabéticos, que ven en el empleo de estas células maravillosas una posibilidad de mejorar espectacularmente su calidad de vida.

Oscuros nubarrones

Ante estas perspectivas sería de esperar que todos los laboratorios del mundo estuvieran experimentando en este terreno. Y sin embargo, no sólo no es así sino que en muchos países dicha experimentación está o bien prohibida o bien severamente restringida. Una de las razones de este estado de cosas hay que buscarla en los problemas éticos y morales asociados a este tipo de investigaciones. Básicamente podríamos resumir dichas objeciones en dos grandes temas: los problemas relacionados con las fuentes de suministro de las células y los asociados con los protocolos de experimentación.

Como ya comentamos en su momento, actualmente se han identificado varias fuentes de células madre en nuestro organismo. La médula espinal de cualquier persona contiene muchas (aunque de un tipo bastante especializado) y la placenta y el cordón umbilical de los recién nacidos también. Nunca han de faltar voces que pongan reparos al empleo de estas fuentes, pero en principio no parecen presentar demasiados problemas. Sin embargo, las células madre que ofrecen mayores posibilidades terapéuticas y tienen unas líneas de investigación más prometedoras son las que están asociadas a las primeras etapas del desarrollo del embrión. Lo que quiere decir que la principal fuente de suministro de las mismas esta en los abortos y en los embriones desechados en las técnicas de fertilización in vitro. Lo que las coloca, automáticamente, en el centro de la polémica.

El caballo de batalla de la discusión aparece a la hora de definir la frontera entre lo que se considera y lo que no se considera un ser humano. Para algunos, la humanidad del individuo queda fijada en el mismo acto de la concepción. Sin embargo, otros no comparten este punto de vista. Desde hace muchos siglos éste ha sido un tema controvertido: las disquisiciones sobre cual es el punto en que el feto adquiere un alma ocupan miles de páginas en los tratados de teología. El problema es que existe una zona nebulosa entre que el óvulo es fecundado por el espermatozoide y el feto comienza a adquirir una cierta entidad. Las células madre proceden de un estadio del desarrollo en que el futuro ser humano es poco más que un conjunto de células no diferenciadas. Tanto es así que en dicho estadio ni siquiera se puede hablar de identidad: el óvulo puede dar lugar a uno o a más seres humanos dependiendo de como se lleve a cabo su desarrollo. Pero a pesar de esto es innegable que en ese conjunto de células se encuentra implícita la potencialidad de un futuro ser humano. Y las implicaciones que esa potencialidad conlleva es lo que convierten este tema de discusión en algo extraordinariamente resbaladizo. Si alguien nos preguntara si estaríamos de acuerdo con experimentar sobre seres humanos para obtener por ejemplo un nuevo medicamento, según se formulara la pregunta incluso podríamos llegar a pensar que nuestro interlocutor era una especie de nazi. Sin embargo cuando se habla de experimentar con los embriones desechados por las clínicas FIV hay mucha gente que se muestra de acuerdo... cuando lo cierto es que cada uno de esos embriones, de haber sido implantado, podría convertirse en un ser humano completamente desarrollado.

Algo parecido sucede con el tema del aborto. Independientemente de que éste es un tema con unas implicaciones morales específicas, el utilizar el resultado de un aborto en la experimentación medica arrastra una serie de problemas adicionales. Por ejemplo, imaginemos que se desarrollan técnicas para la regeneración de órganos o de células del sistema nervioso mediante implantes de células madre. Esto, lógicamente, creará una demanda creciente de este tipo de células. El problema es que con las características de la sociedad donde nos ha tocado vivir no cuesta nada pensar que a alguien podría ocurrírsele que dicha demanda podría ser cubierta, por ejemplo, incentivando el aborto, lo que no deja de tener unos tintes bastante siniestros. O generando artificialmente embriones (la tecnología ya existe) para cubrir este tipo de necesidades. ¿Dónde ponemos entonces el límite? ¿Por qué pensamos que una sociedad como la que describe Pohl en su novela Pórtico donde el comercio de órganos es una realidad cotidiana es poco ética? ¿Qué impedirá entonces que pasado mañana no lleguemos a situaciones como las que describe Michael Marshall Smith en Clones o las que usa Lois McMaster Bujold en su saga de aventuras de Miles Vorkosigan. en la que se cultivan seres humanos artificiales para extraer sus órganos? Son preguntas de muy difícil respuesta especialmente teniendo en cuenta que nos movemos sobre un terreno virgen que hollamos por vez primera.

Jugando con fuego

La otra gran fuente de problemas éticos procede de la naturaleza de los protocolos de experimentación. En efecto, nuestro conocimiento actual sobre estos temas es muy limitado. Tenemos una clara idea de la potencialidad de esta técnica, pero todavía no sabemos cómo utilizarla plenamente en nuestro beneficio. Es necesaria, por tanto, una fase de pruebas y experimentación que normalmente se realizara con animales de laboratorio como el ratón con el que abríamos este articulo. Sin embargo, ¿cuál será el resultado final de estos experimentos? Éste vuelve a ser de nuevo un terreno muy resbaladizo. Modificar genéticamente una oveja para convertirla en un birreactor de insulina tiene sus implicaciones, en tanto que el animal en cuestión ciertamente forma un curioso híbrido entre humano y oveja. Pero después de todo, las modificaciones efectuadas afectan mecanismos muy específicos: no se trata tanto de crear una oveja con una cabeza humana (lo que podría fácilmente identificarse con una abominación) como de crear ganado con la capacidad de generar un fármaco en su leche. Sin embargo en el tema que nos ocupa las fronteras no están tan claras. El experimento busca determinar los patrones de dispersión y crecimiento de las células madre al ser inyectadas en una etapa temprana del desarrollo del embrión. El resultado final será, sin duda, un ratón por cuyo organismo existirán colonias dispersas de células humanas. De este modo, el animal de experimentación podría tener órganos como los nuestros, o testículos en los que se fabricaran espermatozoides humanos, o incluso, porqué no, un cerebro que funcionara como el de un humano. Porque si, como algunos defienden, lo que nos hace humanos se encuentra en nuestros genes, ¿por qué no pensar también que ese ratón podría, quizás, adquirir consciencia de sí mismo debido a los experimentos a los que nos estamos refiriendo?

Pensando el tema con frialdad, es fácil minimizar el alcance de estos reparos. En el fondo se ha demostrado que las diferencias entre el mapa genético del ratón y el del ser humano son mínimas, del orden del 1%. Además, el experimento siempre se va a desarrollar en condiciones controladas, y el ratón nunca va a abandonar el estado de embrión, porque toda la información que se pretende extraer de este experimento se centra en torno a este punto. Y no es menos cierto que las ventajas que se obtienen de la realización de experimentos de este tipo son tantas y abren las puertas de la esperanza de tantos seres humanos que el precio de una hipotética humanizacion del sujeto del experimento podría incluso pasarse por alto. Pero esto no quita para que las preguntas planteadas estén ahí. Y para que haya que intentar, al menos, buscar una respuesta.

Híbridos de leyenda

Aunque pueda parecer un tema de actualidad, la humanidad lleva sintiendo esta mezcla de admiración y temor por la hibridación y sus consecuencias desde la más remota antigüedad. Con el advenimiento de la revolución neolítica y el nacimiento de la ganadería, el hombre comenzó a ser consciente del poder que se escondía detrás de estas técnicas. Y esto fue algo que acabó reflejándose en sus creencias. Por ejemplo, en muchas antiguas civilizaciones, como la egipcia, no eran extraños los dioses con características híbridas de hombres y animales, como Horus, el dios de cabeza de halcón o Anubis, el dios con cabeza de chacal.

Más próximos a nosotros, los griegos también tenían su cuota de deidades híbridas. El panteón helénico nunca se caracterizó precisamente por su castidad: en su mitología abundan los hijos más o menos bastardos de dioses y mortales, que compartían atributos de sus divinos padres junto con la mortalidad procedente de la rama más humana de la familia. Buen ejemplo de estas tendencias lo tenemos en Hércules, hijo de Zeus. Dotado de una fuerza sobrehumana desde su más tierna infancia Hércules se paso su existencia buscando infructuosamente el lugar que le correspondía bajo el sol, en pos de la inmortalidad que le negaba su origen humano y al mismo tiempo siendo temido y admirado por sus contemporáneos por su origen divino. Esta dualidad, junto con los superpoderes, ponen a Hércules en el origen de muchos de los modernos superhéroes. Por ejemplo, Spiderman adquirió su naturaleza de superhéroe a partir de la picadura de una araña radiactiva que le convirtió en un híbrido de araña y hombre. Todos sus superpoderes (el sentido arácnido, su capacidad de subir paredes, el lanzatelarañas) procedían de su lado lado arácnido. En cambio, el uso que se daba a esos superpoderes y los problemas que dicho uso planteaba a su conciencia quedaban siempre supeditados a su aspecto humano.

A la sombra del Minotauro

Además la de la promiscuidad ya comentada, hay que reconocer que los dioses helenos también tenian una cierta propensión a la zoofilia. Prueba de ello la tenemos en Pan, dios del pastoreo, con cuernos patas y orejas de macho cabrio, que se dice que era hijo de los amores del pastor Cratis con una cabra. Algo parecido sucede con los centauros, uno de cuyos orígenes apunta a un hijo de Ixion y Nefela que se unió con las yeguas del valle de Pelión, en Tesalía, y así dio origen a un pueblo de híbridos mitad hombres y mitad caballos. Un caso particularmente conocido es el de Asterion, el mítico Minotauro, fruto de los amores de Pasifae con un toro blanco. El Minotauro tenia todas las características propias de los híbridos: vigor sobrehumano y mezcla de la características más importantes de sus progenitores. Pero los hombres lo veían como un monstruo que encerrado en su laberinto devoraba todos los años a siete jóvenes y siete doncellas atenienses. Sin embargo, el propio Minotauro quizás tenia otras ideas al respecto, tal y como propone Borges en su magnifico relato “La casa de Asterion”.

La monstruosidad del híbrido ha sido un tema que siempre ha dado muchísimo juego en la literatura de todas las épocas. Desde las quimeras medievales, mezcla de león. cabra y dragón, a la más clásica literatura de terror, la igualdad de híbrido con monstruo es casi una constante. Recordar al respecto el magnifico relato “La sombra sobre Innsmouth”, de H.P. Lovecraft, donde se describe la inquietante existencia de unos oscuros híbridos, reminiscencias de un pasado remoto, y el terrible destino del protagonista que ve como poco a poco va perdiendo su humanidad para acabar convirtiéndose en uno de ellos. Esta proceso de deshumanización aparece también reflejado en La mosca (David Cronenberg, 1986). En esta película, un científico está investigando sobre teleportación con tan mala fortuna que en el momento de llevar a cabo la prueba definitiva de su aparato una mosca se introduce junto a el en la cabina de teletransporte. Aparentemente la prueba se desenvuelve sin problemas, pero al cabo de un tiempo el científico descubre que su ADN se ha mezclado con el de la mosca dando lugar a un híbrido: más fuerte, con un metabolismo acelerado y superpoderes como la habilidad de subir por las paredes, pero al mismo tiempo cada vez menos humano. Algo parecido se cuenta en Species (Roger Donaldson, 1995) en la que una bella hembra híbrida de humano y extraterrestre se escapa de un laboratorio de investigación. El equipo enviado a perseguirla pronto descubrirá que su siniestra misión consiste en ir apareándose con hombres desprevenidos para engendrar un ejército que destruya a la humanidad.

La semilla de otros mundos

Species plantea una variante del tema de la hibridación muy del gusto de la ciencia ficción: el cruce de ser humano con extraterrestre. Un claro ejemplo de esta tendencia lo tenemos en el personaje de Mr. Spock, de la serie Star Trek. Spock es hijo de vulcaniano y terrestre. Esto le confiere un intelecto superior al de sus compañeros de nave. Pero en cierto modo también le transforma en un ser desarraigado que no termina de ser aceptado ni por la sociedad terrestre ni por la vulcaniana. Este concepto de desarraigo (aparte de una interesante aplicación de las leyes de Mendel) aparece también en el relato de Dick “Oh, ser un blobel”. Los blobels eran unos seres con forma de ameba contra los que combatió la humanidad en una cruenta guerra ya terminada en el momento de la narración. El protagonista, veterano de la misma, fue sometido a una transformación genética por la cual durante un cierto periodo de tiempo su forma humana revertía a la de un blobel. Eso le convierte en un desarraigado que solo puede encontrar comprensión entre los que son como él... o al lado de una espía blobel que fue a su vez manipulada por su especie para que pasara de la forma blobel a la humana. Con el toque ácido que le caracteriza, Dick ironiza tanto con la razón de la existencia de esos híbridos como con el modo en que se adaptan a la sociedad en que les ha tocado vivir.

Otra película en la que se produce un interesante ejemplo de hibridación entre extraterrestre y humano es Alien IV (Jean Pierre Jeunet, 1997). A lo largo del resto de películas de la serie, una de las dudas más persistentes en el ciclo de vida de los alien es cómo después de ser implantado el embrión éste puede desarrollarse en el interior del ser humano, siendo un ser vivo con una bioquímica radicalmente diferente a la suya. Una posible explicación podría proceder de que la fase anterior de la reproducción del alien, el facehugger, inyectara junto con el embrión o previamente a éste un virus que modificase genéticamente al huésped para hacerlo más adecuado a sus necesidades. Este comportamiento, exhibido también por algunas avispas de nuestro planeta, permitiría explicar la diversidad de huéspedes que pueden utilizar los xenomorfos en su proceso reproductivo.

Alien IV utiliza este supuesto como punto de partida de la película. En la anterior entrega Ripley muere poco antes de dar a luz a una reina alien. En ésta, Ripley es clonada en una instalación militar a partir de la sangre contenida en el sistema de autodiagnóstico que utiliza poco antes de morir. El problema es que el clon ya no es el de una Ripley genéticamente pura, sino un híbrido sobre el que ya ha actuado el virus del facehugger y que combina características de los alien (como la sangre ácida y su fuerza superior) con un aspecto humano. Curiosamente, la reina alien también está contaminada por los genes de Ripley, adquiriendo la capacidad de “parir” a sus hijos en vez de poner huevos como hasta entonces. Y el horroroso hijo de la reina también es un híbrido que por aplicación de las leyes de Mendel tiene uno rasgos mucho más “humanos” que los de su progenitora.

Explorando los limites

Uno de los elementos de la trama que dan más juego dentro de la saga de Alien es precisamente la preocupación por la ética de las empresas a la hora de llevar a cabo determinado tipo de investigaciones. En cada una de las entregas éste ha sido un factor primordial a la hora de explicar los hechos que se ven en la pantalla. En la primera, a la corporación no le importa sacrificar a la tripulación de una nave para conseguir un espécimen alienígena de gran interés para su departamento militar. En la segunda, toda una colonia es sacrificada con el mismo fin. Y en la última no dudan en llevar a cabo todo tipo de siniestros experimentos genéticos para conseguir un híbrido de Ripley que les permita desarrollar un espécimen viable de la reina que llevaba dentro.

Como ya hemos visto, esta preocupación por los límites de la ciencia es algo que aparece en numerosas ocasiones ligado al tema de la hibridación. Por ejemplo, en Frankestein, de Mary Shelley, nadie puede dudar de las nobles motivaciones del protagonista. El objeto de su experimentación es nada menos que devolver la vida venciendo a la muerte: el ideal de todo médico. Pero, como se pregunta la novela, ¿es lícito utilizar cualquier medio para conseguir ese objetivo? Según la autora, no: al final, el monstruo, grotesca quimera formada a partir de los fragmentos de varios seres humanos, acaba volviéndose en contra del creador que con su soberbia y su ceguera ante las consecuencias de sus actos le ha impulsado a una vida miserable.

Parque Jurásico, de Michael Crichton, plantea una interesante variante del mismo problema. Los científicos han descubierto el procedimiento para devolver a la vida a algunos de los grandes dinosaurios, a partir de la sangre atrapada junto a insectos fósiles en el ámbar. Y frente a la postura de quienes defienden la resurrección de estos dinosaurios como una oportunidad económica o un desafío del tipo “lo hacemos porque podemos hacerlo”, también se alza la voz de uno de los protagonistas que se pregunta qué derecho tiene realmente el hombre a resucitar a una especie a la que la naturaleza seleccionó para su extinción. Y los hechos vienen a darle la razón cuando el mecanismo de protección introducido en el “diseño” de los dinosaurios resucitados para impedir su reproducción acaba fallando debido a la hibridación que se hizo del ADN recuperado de los fósiles con ADN de anfibios modernos para cubrir los fallos de secuencia.

La preocupación por los límites morales de la ciencia aparece también en otro clásico, La isla del doctor Moreau, de H.G. Wells. Un naúfrago es recogido por un barco que transporta un cargamento de animales a una isla perdida del Pacífico, donde el doctor Moreau lleva a cabo, en medio del más estricto secreto, diferentes experimentos en los que a base de procedimientos quirúrgicos crea híbridos de hombres y animales a los que gobierna con una serie de férreas normas y castigos. Moreau al final fracasa y sus híbridos ser rebelan contra su tiranía.

La creación de híbridos quirúrgicos y genéticos también aparece como un tema de fondo en La estación de la calle Perdido, de China Miéville, donde la avanzada tecnología biomédica de Nueva Crobuzon se emplea, entre otras muchas cosas, en un imaginativo sistema penal donde el castigo de los criminales consiste en dotarles de formas híbridas a cada cual más horrenda. Pero una de las obras donde se hace una reflexión más sentida a la vez que amena sobre la hibridación de animales con humanos es en la magna Historia de la Instrumentalidad, de Cordwainer Smith. En ella, el autor nos narra una historia futura donde en un momento dado la humanidad utiliza, para resucitar de sus cenizas, la ayuda de homúnculos creados a partir de animales a los que los humanos verdaderos esclavizan y desprecian. Sin embargo, en relatos como “Alpha Ralpha Boulevard” o “La balada de G'mell” Cordwainer Smith nos muestra, con la mágica prosa que le caracteriza, cómo los supuestos seres inferiores acaban siendo moralmente superiores a sus amos y creadores.

Conclusión

Del ratón sobre el que se experimentan las técnicas de utilización de las células madre al mágico encanto de G'mell, la mujer gato, hay sin duda un abismo de considerables proporciones. Sin embargo, no es un abismo menor al que se abría en su día entre los híbridos quirúrgicos de Wells y las posibilidades de la biotecnología actual. En el fondo, los problemas éticos y morales implícitos en este tipo de experimentos son siempre los mismos. Y sólo la cuidada reflexión sobre las implicaciones de nuestros actos y el precio ético que estamos dispuestos a pagar podrá dar, alguna vez, respuesta a los interrogantes que está despertando nuestra cada vez más avanzada capacidad tecnológica en estos campos.


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