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Cristóbal Pérez-Castejón Ciencia en la ciencia-ficción
Cromopaisaje
Cristóbal Pérez-Castejón




Heraldos de la ciencia

Escribir divulgación nunca ha sido una tarea fácil. La forma en que tienen lugar y se difunden los avances científicos tiene su propia idiosincrasia que, en ocasiones, choca frontalmente con los objetivos que se persiguen al publicar una noticia normal y corriente. En estas condiciones, no es de extrañar que demasiado a menudo se lean en la prensa auténticas barbaridades relacionadas con temas científicos, que desgraciadamente cuelan como verdades inatacables precisamente por el hecho de haber aparecido en un medio de comunicación.

¿De dónde procede las distorsiones que tan sistemáticamente parecen experimentar este tipo de noticias? No resulta fácil encontrar una respuesta a esta pregunta, pues como suele ser normal en estos casos, tampoco existe una causa única. En ocasiones, las informaciones ya nacen viciadas desde su origen, aunque éste sea una fuente de reconocido prestigio. En efecto, la información es poder y esto es algo que se tiene muy presente en un ambiente donde las subvenciones y la financiación proceden de fuentes sensibles a la presión de la opinión pública . No es de extrañar entonces que se tienda a "adornar" un tanto una noticia que puede resultar algo anodina para hacerla más asequible al paladar del publico o intentar arrimar el ascua a la sardina sacando a la luz viejos proyectos que llevan dando vueltas años por los despachos como si fueran lo último de lo último en investigación.

Tomemos como ejemplo el anuncio efectuado hace unas semanas sobre un debate organizado por el portal Space.com sobre el viaje interestelar. Lo que más llama la atención de esta noticia es cómo, sin incluir ninguna inexactitud flagrante, el lector no preparado acaba obteniendo una impresión completamente equivocada del estado actual de este tipo de viajes. Por ejemplo, en un momento determinado se afirma que durante el debate se "desveló" que la NASA ya tenia un “tímido” programa para lograr el viaje interestelar, basado en el empleo de una vela fotonica. Curiosa manera de explicarlo, cuando resulta que la NASA lleva más de veinte años estudiando el empleo de velas fotonicas para estas aplicaciones. Se afirma también que el mayor problema que se ha encontrado es el cómo detener de un modo eficiente la nave. Lo que no se comenta es que en las misiones propuestas por la propia NASA no se contempla que la sonda de exploración tenga que detenerse para nada, y aunque tuviera que hacerlo existen propuestas bastante razonables para conseguirlo utilizando por ejemplo una vela adicional que se desprendería a mitad de camino o una simple vela magnética. Y por supuesto tampoco se hace la menor mención acerca de que los problemas reales son más bien la no disponibilidad ni de la tecnología láser necesaria, ni de los sistemas de generación de energía indispensables para alimentarlos. Por no hablar, por supuesto, de la infraestructura que haría falta construir en el espacio o en la luna para dedicarla a estos menesteres.

Pero la mayor incongruencia del articulo la encontramos en el análisis de las implicaciones del tiempo de duración de la misión, que se cifra en unos 43 años. Tras una referencia más bien poco afortunada a la serie de Star Trek (en la que se afirma que en las películas la nave intenta llevar a cabo el proyecto Géminis para crear vida, cuando el proyecto en cuestión se llamaba Génesis, nombre bastante más adecuado, por cierto) se nos comenta que un viaje de estas características sería sin retorno, en una especie de nave generacional, lo que a su vez plantearía problemas genéticos y sociológicos. Y es cierto. Lo que no reseñan es que ni en los sueños más delirantes de la NASA se ha estudiado el envío de una misión tripulada a Próxima Centauri, sino tan sólo el de una sonda robot del orden de una tonelada de peso. Las razones, a nada que uno las piense, son evidentes: para empezar, ni siquiera en este momento estamos seguros que en torno a nuestra vecina estelar existan planetas, cuanto menos planetas capaces de soportar la vida. ¿Qué sentido tendría enviar a alguien en una misión de 50 años de duración en una nave generacional para luego llegar a un sitio donde lamentablemente no hay nada que ver? Ninguno. Pero claro, presentar la noticia como que para dentro de medio siglo podremos mandar una sonda robot no tiene exactamente el mismo morbo que crear expectativas de que iremos en persona, como en la serie de televisión que mas arriba se citaba.

En otras ocasiones las dificultades para "traducir" una noticia científica al lenguaje llano proceden de la propia naturaleza de los hechos que se pretenden comunicar. Por ejemplo, hace poco llegó a mis manos una información en la que se contaba cómo científicos australianos habían llevado a cabo con éxito un experimento de teleportacion de un haz láser. El logro en este caso concreto estaba en que el haz transportado se encontraba modulado por una señal que pudo recuperarse en el punto de destino. El articulo en cuestión, como el anterior, era formalmente bastante correcto: tras la referencia de turno a Star Trek (inevitable por otra parte en este contexto), se intentaba contar la historia de un modo sencillo y accesible a todos los lectores. Los problemas aparecían, como de costumbre, cuando uno pretendía ir un poco mas allá para ver qué se estaba contando realmente. Por ejemplo, casi al principio se afirma "los científicos... consiguieron desintegrar el rayo láser en un lugar y hacerlo aparecer, casi instantáneamente, a un metro de distancia". Lógico por otra parte: la teleportacion fotonica tiene lugar a la velocidad de la luz, así que el rayo tardo en aparecer lo que tardo la luz en recorrer ese metro. Eso sí, si el punto de destino hubiera estado en Próxima Centauri habría tardado cuatro años y pico en completar la aparentemente casi instantánea transmisión. Poco más adelante se realiza otra afirmación por el estilo cuando se dice que aunque el haz de luz resulto destruido, una señal de radio introducida en el rayo sobrevivió. Aquí es necesario suponer que el haz en cuestión estaba modulado, porque lo de introducir señales de radio en un haz luminoso suena francamente extraño.

A partir de este punto, uno comienza a sentirse algo perdido. Por ejemplo, se comenta que los experimentos pioneros en este campo fueron hechos en 1997, cuando en realidad la primera teleportacion fotonica tuvo lugar en 1993. Curiosamente, en ese experimento lo que se consiguió transmitir fue precisamente un fotón... pero un láser no es más que una sucesión de fotones, así que en realidad la gran noticia parece ser que desde hace casi diez años hemos pasado de teleportar un fotón a hacer lo propio con un conjunto de fotones. Y la conclusión final resulta también fascinante: se afirma que el experimento consistió en un "teletransporte de quantum" (posiblemente un teletransporte cuántico mal traducido) y se indica que esta técnica permitirá intercambiar información a velocidades increíbles y en absoluto secreto. Y no es del todo falso, pero tampoco pasa de ser una verdad a medias. Es cierto que las técnicas criptográficas cuánticas son prácticamente inviolables, pero en cambio, y como comentábamos más arriba, lo de la increíble velocidad no cuadra demasiado en un sistema limitado por la velocidad de la luz y cuya principal ventaja es el incrementar la velocidad de proceso de determinados cálculos, no necesariamente aumentar la velocidad de transmisión de los mismos.

En cualquier caso, estos ejemplos son bastante inocentes comparados con otros que han ido apareciendo en los últimos tiempos. En efecto, cuando la noticia científica alcanza cierto nivel de importancia (o el periodista piensa que puede alcanzar cierto nivel de importancia, que no siempre es lo mismo) el sensacionalismo aflora casi inevitablemente. Y si bien es cierto que hay que alcanzar un cierto equilibrio entre crear y mantener el interés del lector (que correspondería a la faceta periodística del asunto) e informar de un modo claro, unívoco y objetivo sobre los hechos (lo que correspondería más a la vertiente científica), no es menos cierto que muchas veces las tintas se cargan de un modo tan radical sobre el primer término, que el segundo parece quedar olvidado para mejor ocasión.

Por ejemplo, el otro día todos nos levantamos con la noticia de que el día del fin del mundo ya tenía fecha: el 1 de febrero de 2019, cuando el asteroide NT7 impactaría contra la Tierra a 28 Km/seg. Los titulares no dejaban lugar a dudas: "Un asteroide de dos kilómetros, en orbita de colisión contra la Tierra". Se afirmaba además que la piedra en cuestión pasaría en el caso mejor a menos de la mitad de la distancia de la Tierra a la Luna (lo que suena terriblemente cerca), y que su índice de peligrosidad había alcanzado por primera vez en la historia un valor positivo en la escala de Palermo (consista en lo que consista dicha escala). Visto así, las cosas pintaban como bastante alarmantes. Sin embargo, una vez más, a nada que se analiza la noticia con frialdad, se ve que no todo es exactamente como nos lo pintan. Para empezar, el asteroide en cuestión ha sido descubierto prácticamente anteayer. Por tanto, es demasiado pronto para determinar si chocará o no contra nosotros con las informaciones de las que disponemos. Además, no es cierto que tenga un valor positivo en la escala Palermo. Pero lo importante es que la posibilidad de que choque contra nosotros en este momento es aproximadamente de una contra cien mil. Que baja hasta una en varios millones cuando se analizan las posibles orbitas individualmente, en lugar de considerar su efecto acumulativo. O sea, que lo mas seguro es que el asteroide en cuestión acabará pasando como poco a varios millones de kilómetros de nuestro planeta. Como dijo un científico al que se le preguntó sobre este tema, es mucho más probable que nos destruya cualquier otro asteroide que no hayamos detectado que el NT7.

Otro ejemplo en el que más de un lector pudo sentir un ataque agudo de vergüenza ajena fue la presentación de la noticia de que la NASA había descubierto grandes cantidades de hielo en Marte, especialmente entre el casquete polar y los 60º de latitud sur. En efecto, la Mars Odyssey lleva entre sus instrumentos un espectrómetro de rayos gamma, que funciona midiendo la velocidad de las partículas de radiación que escapan de la superficie. Mediante este procedimiento se puede detectar la presencia de compuestos de hidrógeno enterrados hasta una profundidad más o menos de medio metro. La agencia espacial americana hizo un anuncio en el mes de marzo comunicando el descubrimiento, pero debido a las condiciones climáticas en Marte y la necesidad de completar los datos recogidos esperaron hasta mayo para realizar el anuncio definitivo. Aunque razonablemente optimistas, puesto la cantidad de hidrógeno detectado podría corresponder a un enorme volumen de agua congelada, los científicos tampoco cayeron en el sensacionalismo fácil. Y por muy buenas razones: lo cierto es los resultados sólo apuntan a la presencia de hidrógeno, y aunque éste es uno de los componentes fundamentales del agua, no es menos cierto que en ciertas condiciones otros compuestos podrían producir resultados parecidos a los que envió la Mars Odyssey. Buena prueba de ello la tuvimos cuando el presunto descubrimiento en marzo de 1998 de hielo en el polo norte de la luna acabo resultando una anormal concentración de iones de hidrógeno debida a la acción del viento del sol sobre la superficie de nuestro satélite.

Hasta aquí, el origen de la noticia. ¿Y cómo fueron presentados estos hechos por los medios de comunicación? Pues en general, bastante mal. En las primeras ediciones casi todos los periódicos subrayaron en sus titulares que de derretirse el hielo encontrado podría llegar a inundar el planeta. Lo cual, de nuevo tampoco es una falsedad... siempre que utilicemos la definición adecuada del termino "inundar". Ciertamente, si la famosa inundación es una capa de unas micras de espesor no existe mayor problema. Pero la impresión que se transmitía era radicalmente diferente.

Por lo demás, el cúmulo de despropósitos vertidos en las diferentes crónicas a veces resultaba increíble. Así, en algunos casos se hablaba de que el hielo se encontraba a partir de medio metro de profundidad bajo la superficie marciana. En otras ocasiones se mostraba una fotografía del casquete polar (formado de hielo de agua, dato conocido desde hace décadas) indicando que su color azul en la imagen era precisamente un indicador... de la presencia de hielo. Incluso se llego a afirmar que los datos presentados ahora no estaban completos, cuando lo cierto es que los que estaban básicamente incompletos eran los de marzo.

Pero donde el tema acabo convirtiéndose en un esperpento total fue en la evaluación del nivel de la inundación. En efecto, un diario afirmó, sin el más mínimo empacho, que el hielo derretido podría formar un mar de 500 metros de profundidad. Su competidor directo, como le pareció que la noticia no era lo bastante exagerada, transformo por arte de magia a Marte en Waterworld, inundando toda la superficie planetaria en el proceso. Puesto que la presencia de una capa de agua de 500 metros de profundidad en un planeta con una orografía en la que coexisten montañas de decenas de kilómetros de altura con valles de una profundidad equivalente resultaba bastante incoherente, el informativo de cierta cadena de televisión, en el culmen de los despropósitos, llego a afirmar que lo que tenia 500 metros de espesor era nada menos que la capa de hielo recién descubierta.

¿Y dónde estaba la verdad? En la noticia original distribuida en Estados Unidos se afirmaba que el hielo derretido podría llenar dos veces el lago Michigan, lo que ciertamente parece una estimación bastante más comedida que los océanos infinitos que transformaban la romántica idea de los canales marcianos en diminutos riachuelos. ¿Qué había sucedido? Pues seguramente que al llegar la noticia a la agencia, alguien pensó, muy acertadamente, que al lector español el tamaño del lago Michigan no le decía gran cosa sobre la cantidad de agua descubierta. Así pues, ni corto ni perezoso cogió los datos del lago en cuestión y vio que tenia una profundidad máxima de 281 metros. Multiplico por dos esa profundidad, y como un lago parece poca cosa, lo convirtió en un mar. Luego redondeo la profundidad del mismo a 500 metros, que después de todo es un numero redondo que se recuerda fácilmente. De este modo, la noticia original se convirtió por arte de birlibirloque en que el deshielo podría rellenar un mar de 500 metros de profundidad. A partir de ese punto, tan sólo un poco de interpretación creativa basto para convertir el mar en cuestión en un imposible océano que anegara toda la superficie del planeta, dato particularmente alucinante si tenemos en cuenta que la superficie de Marte es apenas unas 2.500 veces más grande que la del lago en cuestión.

Pretender juzgar la totalidad de las noticias que aparecen sobre ciencia en la prensa y otros medios a partir de estos ejemplos puede resultar, sin duda, injusto. Es cierto que existen grandes profesionales que se toman mucho trabajo en intentar acercar estas informaciones y sus implicaciones al hombre de la calle, con toda la dificultad que eso comporta. Es cierto que muchas veces estas noticias son el único camino para poner a la ciencia a la altura del espectador medio, y que en ese sentido más de uno puede preguntarse hasta qué punto es malo sacrificar parte del rigor en aras de una mayor difusión de estos temas. Pero no es menos cierto que muchas veces, la búsqueda de un titular sensacionalista o la irresistible tentación de captar el interés (o el morbo, según los casos) del lector convierten las noticias de este tipo en poco más que una burla patética de la realidad que se oculta tras ellas.


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