En algunos casos, para ciertos escritores de novela
negra, vida y obra vienen a ser sinónimos. Hablamos de autores que reflejan
en sus novelas, no lo que han leído o imaginado, sino cosas que han vivido.
El más destacado de estos "tough writers" bien podría ser Jim
Thompson, quien, cogiendo el testigo de autores de los años treinta, como
James M. Cain, Horace McCoy o Don Tracy, nos ha legado una buena cantidad de
obras, como 1280 almas o El asesino dentro de mí, en las que se deja ver su pesimismo vital,
reflejando una atribulada vida familiar, y la dependencia del alcohol como
forma de evasión.
El periodista y escritor David Goodis (1917-1967)
seguiría un camino parecido al de Jim Thompson, haciendo aportaciones únicas
a la psicología criminal con novelas como Disparen
sobre el pianista -llevada al cine por Truffaut- o Viernes 13. Goodis tuvo una trayectoria ascendente en el mundo
literario y llegaría a trabajar para la Warner como guionista, pero a finales
de los años cuarenta abandonaría el mundo del cine, siendo su vida desde
entonces hasta su muerte prematura una verdadera incógnita, que para algunos
entra en el terreno de lo legendario. Según algunos estudiosos, la noche, el
alcohol y la marginalidad fueron el destino del escritor. Por este motivo, se
comenta que muchas de sus obras en realidad reflejaban los ambientes en los
que estuvo inmerso.
En palabras del experto Javier Coma, "Novelista
de radicalizado pesimismo, David Goodis se alza como un poeta de la víctima,
del hombre perseguido y acorralado por la acción ciega de los mecanismos y
organismos que deberían proteger al individuo, y también del hombre
frustrado y vencido, cuya existencia en rumbo hacia un futuro brillante ha
sido desviada por la fatalidad".
Todo lo comentado se ejemplifica de forma elocuente
en la novela Viernes 13 (1954),
donde la mala suerte sirve de hilo conductor para las hazañas de un prófugo,
Hart, quien después de asesinar a su propio hermano, busca refugio junto a
una banda de delincuentes que planean un robo. Poco puede hacer Hart por
escapar a su inapelable destino, pues un azar objetivo le empuja a adentrarse
más y más en el mundo del crimen.
Corren los primeros días de enero. Fuera hace
demasiado frío y además, a ninguno de los delincuentes que se esconden en
esa casa le conviene salir. Se trata de una casa del barrio de Germantown
(Filadelfia), pero podría tratarse de cualquier barrio en cualquier ciudad,
pues las referencias al mundo exterior son escasas y apenas tienen
importancia. La novela mantiene durante gran parte una estructura casi
teatral, dentro del escenario único de la casa. Los amores -imposibles- y los
odios -desmedidos- que surgen entre estos furtivos nos llevarán de sorpresa
en sorpresa.
Al contrario de lo que sucede en multitud de novelas
del género, los agentes del orden apenas intervienen en la novela; no tienen
voz propia, pues cuando aparecen, lo hacen como amenaza en la sombra que
intenta desestabilizar a los protagonistas.
El autor adopta la perspectiva del criminal,
aportando una mirada muy especial, ya que ese lenguaje, ese comportamiento,
marca la novela. Y Goodis no reviste precisamente la delincuencia del halo de
romanticismo al que nos han acostumbrado: los delincuentes de Viernes
13 no aparecen embellecidos por discursos sentimentales ni persiguen
ideales de justicia, pues la supervivencia es la única ley. No estamos
hablando de una novela para todos los paladares: no hay segundas
oportunidades, posibilidad de vuelta al orden ni protagonistas heroicos con
los que sentirse identificado; todo esto impone una gran truculencia, como
cuando en la morada de Charley y sus secuaces, para ser aceptado como uno de
la banda, Hart deberá descuartizar un cadáver, y llevar sus restos a la
caldera para eliminar pistas...
Cualquier error, por mínimo que sea, resultará decisivo. "Como en
el caso de esos acróbatas que caminaban sobre una cuerda tendida entre dos
picos de los Alpes, con dos mil metros de vacío debajo de ellos".
 Archivo de Cosecha Roja
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