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David G. Panadero Género negro
Cosecha Roja
David G. Panadero


Sabor local (IX)
Sexo, mentiras y discos de jazz

Duke Ellington me miró con expresión triste y preguntó:
-¿Usted cree que puede manejar este asunto?

Dos líneas le bastan a Luis Gutiérrez para establecer con firmeza las reglas del juego. A menudo, si leemos con atención las primeras líneas de una novela, tendremos en nuestras manos sus claves, incluso el desenlace de la misma, y a esto el escritor añade una gran capacidad para sugerir ambientes con total economía de palabras.

De manera que la acción se va a desgranar por el Nueva York de los años treinta, con un protagonista, el detective Mike Winowsky, que patea uno por uno los antros de Harlem en busca de apaños. Harlem, un barrio que se sostiene de pie "por el efecto cohesionador de las alcantarillas".

Luis Gutiérrez Maluenda debutó con la novela Putas, diamantes y cante jondo en 2005. En ésta hacía gala de un humor socarrón digno de Westlake y lucía una sana mitomanía hacia los clásicos de la novela negra americana que ya dábamos por olvidada. Y precisamente con Música para los muertos, Gutiérrez hace las maletas para llevarnos a las calles -corruptas- y a las noches -movidas- en las que tantas y tantas novelas del género se desarrollan. Y pese a que el autor sigue mostrándose como gran mitómano, también es cierto que el humor de su novela de debut se ha convertido en ésta, con el perdedor Winowsky, en un cinismo tan amargo como divertido con el que no cuesta trabajo identificarse.

Sucede con este novelista que nos resulta refrescante precisamente por la manera en que se acerca a los clásicos. En alguna ocasión he oído decir que con él tenemos al más norteamericano de los escritores españoles de novela negra, y no se trata de ningún farol. Frente al típico costumbrismo chovinista -recetas de cocina incluidas- o la denuncia de la corrupción institucional, nos encontramos en Luis Gutiérrez a un autor que cultiva el género negro a la manera de siempre, y sin la necesidad de intentar legitimarse por medio de la reivindicación política ni por la alusión a temas de la actualidad candente -alusiones que, generalmente, hacen que la novela tenga más próxima la fecha de caducidad-. Con Música para los muertos podemos asegurar, pues, que tenemos espectáculo asegurado a un ritmo imparable, en medio de una trama llena de personajes afables, ya estén a un lado u otro de la ley.

Porque si una sensación despierta esta novela es la de nostalgia. Nostalgia por un tipo de literatura, los bolsilibros policíacos, la literatura pulp, que al parecer solo recuerdan los coleccionistas. Nostalgia por las tramas del Hollywood clásico, cuando cada giro en la trama era necesario, todos encaminados a la resolución y a la palabra "FIN". Y nostalgia por las noches rojas de Harlem que, seguro, alguien se habrá encargado de convertir en sucursal de Disneylandia. Así que yo no lo dudo más: música de Billy Staryhorn y Duke Ellington, una botella de bourbon y Música para los muertos son la mejor forma de acordarse de los malos tiempos.


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