Cuando
uno comienza la lectura de El imán y la
brújula, tarda poco en sentir el magnetismo de un escritor que conjura la
literatura como el arte arcano y sorprendente que siempre debería ser. Con lo
cual, pasadas pocas páginas, Juan Ramón Biedma nos guía, aún contra nuestra
voluntad, por caminos no siempre recomendables, pero no por ello menos
estimulantes.
En
la Sevilla de 1926, Éctor Mena sale del paso gracias al pequeño contrabando.
Fue profesor, fue combatiente en la guerra de Marruecos, desertó y pasó por la
cárcel. Ahora se ha convertido en un personaje taciturno al que no quedan
apenas convicciones. Corre el riesgo de desaparecer dentro de sí mismo. Será
requerido para localizar dos películas que, junto a una tercera que acaba de
salir al mercado negro, constituyen una trilogía filmada catorce años antes
con los títulos de Donatien, Alphonse y François, los tres nombres del marqués
de Sade.
Los
responsables de las cintas, posiblemente filmadas para disfrute de hombres
influyentes, eran siete jóvenes animosos, obsesionados con la idea de la
transgresión en el Arte. Tenían por objetivo acabar con el concepto de
divinidad. En la búsqueda de este tesoro, Éctor Mena se encontrará con
personajes tan peculiares como el ilusionista Piancastelli, incluso un grupo de
militares africanistas, que son conscientes del poder político que las películas
les podrían proporcionar. Y el espacio y tiempo en que tendrá lugar esta
investigación será el Madrid de 1926, poblado de bohemios y prostitutas, de
literatos e indigentes.
Juan
Ramón Biedma debutó en las letras hace no más de dos años con una novela
apocalíptica de tinte anticlerical, El
manuscrito de Dios, que llevaba sus propuestas al límite de lo posible. Un
año después, con El espejo del monstruo,
confirmaría su buen pulso narrativo al emular la fórmula de las novelas por
entregas, desgranando la acción en breves capítulos, con lo que creaba la
sensación constante de inquietud y peligro.
Tras
el aire frenético de estas dos novelas, el autor ha decidido cambiar de
registro, ofreciéndonos con El imán y la
brújula una revisión personal, de nuevo con el catolicismo como telón de
fondo, de la literatura pulp de los
tiempos en que transcurre su novela. Sorprende lo distendido del tono, una voz
capaz de referir los sucesos más cotidianos como algo extraño, y los más
inexplicables, como algo natural. Y sorprende la pureza, la sencillez, incluso
el esquematismo de esta novela, en la que el autor, bien lejos del manierismo
que caracterizaba sus primeras novelas, nos guía por una intriga detectivesca
en la que una lógica aplastante nos lleva de pista en pista. Si bien lo fantástico
ha sido siempre una de las debilidades de Juan Ramón Biedma, en esta tercera
novela adopta un registro que resulta realista, al menos en apariencia. De tal
forma que el halo misterioso de la novela proviene más de la forma en que
retrata los ambientes y sus personajes que de un efectismo puntual.
Queda
pues El imán y la brújula como
constatación de que se pueden escribir excelentes aventuras e intrigas
detectivescas en España, sirviéndose además de nuestro propio legado histórico
y cultural, aproximándolas además a la mejor tradición de la literatura de género
anglosajona. De hecho, y aquí podríamos entrar en terrenos pantanosos, dimes y
diretes, no falta quien piensa que esta novela es un ajuste de cuentas de Biedma
hacia una de esas obras que le han marcado: El
halcón maltés.
 Archivo de Cosecha Roja
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