De siempre, Andreu Martín ha amado
la novela negra. De hecho, lo podemos considerar el máximo valedor del género
en España. Y precisamente por ese amor loco hacia el género ha cometido de
continuo infidelidades, transgrediendo las normas novela tras novela,
demostrando que su adscripción al movimiento literario, antes que encorsetarlo,
le sirve para manifestar una radical libertad creativa.
Alguna vez, con humor y humildad,
Andreu ha declarado que esa capacidad para cambiar de registro en cada novela
delata su falta de personalidad como autor. Debemos tomar tal afirmación como
un cuento más de un perfecto fabulador que no se cansa de jugar con los
lectores.
Y si algo podemos decir de sus
novelas es que nunca son rutinarias. Llevando más de veinticinco años en
activo en el mundo de la literatura, el autor ha evitado por ahora recurrir a un
personaje fijo. Así como Montalbán tiene al brumoso Carvalho, o Juan Madrid al
tabernario Toni Romano, Martín ha cambiado de personajes novela tras novela,
aunque debemos señalar dos excepciones: la saga de Flánagan, escrita junto con
Jaume Ribera y orientada al público juvenil, y el psiquiatra Delclós, que
interviene tanto en La camisa del revés
como en Memento de difuntos.
En
su última novela hasta la fecha, Andreu Martín ha buscado un partner
in crime inmejorable, Carles Quílez, periodista de sucesos que trabaja para
la Cadena Ser. Y ambos asumen el riesgo de adentrarse en el terreno de la non
fiction novel, como hiciese el primero con la ejemplar Bellísimas
personas. Cabe decir que Asalto a la
Virreina (2004) es tanto resultado del trabajo de mesa como de
investigaciones particulares y peripecias callejeras en busca de datos
concretos, todo ello para reconstruir la hazaña de una banda de delincuentes
italianos que llegó a Barcelona en 1991 para robar la colección de monedas del
Gabinet Numismàtic de Catalunya.
La estrategia literaria que plantean
los autores reside en un protagonismo colectivo de numerosos personajes que se
van deslizando hacia la miseria moral, muchos de ellos inolvidables y trazados
con mano maestra. Nadie olvidará al abogado en crisis Santi Germán, pobre
iluso al que la vida le viene grande, cegado ante el brillo del vil metal. Otra
gran creación la tenemos en Mazzanaro, déspota conspirador que planea el
asalto, con peligrosos contactos en el mundo de la mafia; Monsieur Duval,
trilero cursi que se pretende elegante hombre de negocios o el colosal Molero,
desencajado teniente de la Guardia Civil que, tras una traumática estancia en
el País Vasco, arrastra el Síndrome del Norte. Resulta inolvidable tanto su físico,
por su exagerada altura y corpulencia y la barriga esférica, como su carácter
inhibido, seco y misterioso.
Martín y Quílez se las ingenian
para no dar tregua al lector en una concatenación de tramas que se persiguen y
solapan, dotando a la obra de un tempo
cinematográfico (de hecho, ya se habla de adaptación a la gran pantalla) y
adornándola con todas las constantes de la literatura del catalán: un vibrante
argot callejero, personajes al límite, violencia irracional, sexo bizarro y, en
definitiva, una exaltación de las emociones fuertes que acaban produciendo en
el lector cierta sensación de plenitud y vitalidad.
Tras un desarrollo hipnótico y
lleno de adrenalina, nos espera la sorpresa final: los autores optan por dejar
al lector sembrado de dudas ante un desenlace ambiguo en el que no hay vuelta al
orden posible. Y uno se queda con la sensación de que lo peor está por llegar.
Resulta encomiable que escritores de
edad ya avanzada sigan conservando un nervio y un temperamento diríase
adolescente.
P.D.: Si alguien ve
puntos obsoletos en el texto, agradeceré que tenga en cuenta que lo escribí
antes ser publicada Piel de policía en Roca -suerte de continuación temática
de Asalto a la Virreina perpetrada por los dos mismos autores- y antes de
que Andreu Martín y Jaume Ribera inaugurasen la serie “para adultos” que
protagoniza Ángel Esquius, formada de momento por Con los muertos no se
juega y Juego de llaves.
 Archivo de Cosecha Roja
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