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Julián DíezGénero negro
Cosecha Roja
Julián Díez


Sabor local (V)
No molesten al comisario

Sólo en raras ocasiones la literatura ha conseguido esa familiaridad continuada que es la única ventaja sobre ella de la que pueden presumir las series de televisión. Dentro del género policiaco, pienso en Sherlock Holmes y su galería de secundarios, por lo demás poco visibles; dada su fama, resulta descorazonador contabilizar las veces que realmente aparecen en el canon los Irregulares de Baker Street, Mycroft Holmes o Lestrade, por no insistir en los casos de Moriarty o Irene Adler.

Andrea Camilleri

Stuart Kaminsky, con su serie de historias en el Hollywood clásico protagonizadas por Toby Peters, era el mejor ejemplo de la creación consciente de una galería de ese tipo que yo conozco. Hasta que comencé a leer, por recomendación marital, a Andrea Camilleri. En las novelas del comisario Montalbano, un secundario principal cobra protagonismo inmediato: el ambiente de una Sicilia un tanto somnolienta, pero a la vez vivaz. Repleta de una naturaleza viva, y de unas gentes que se sintonizan con ella a ritmo de paseo. Moviéndose sobre ese marco, a Montalbano le rodea una galería de personajes memorables, que van creciendo a lo largo de las siete novelas y los dos volúmenes de cuentos que hasta ahora han recogido las andanzas del comisario de la imaginaria localidad de Vigatá. Está la eterna novia, Livia, que reside en Génova y sólo a duras penas consigue entender cómo es imposible civilizar a Montalbano para convertirle en una persona normal. Está Mimi Augello, el paciente segundo al que Montalbano putea cruelmente por la sencilla razón de ser más joven, guapo y ligón que él (además de ser, objetivamente, mejor persona). Está la criada Adelina, presencia ausente que deja siempre bien provista la nevera del comisario para sus cenas nocturnas. Están los guardias a sus órdenes, sometidos a una especie de entrañable disciplina de la confusión por los cambios de humor del comisario, encabezados por el telefonista Catarella, reproductor de la frase mítica de los seguidores de la serie: "Le llamó en persona personalmente". Así como una maestra jubilada con dotes deductivas, una sueca casquivana casada con un millonario local, un periodista televisivo intrépido, etcétera.

Esa sinfonía de caracteres y paisajes es lo que hace diferente a esta serie de novelas. Lo que las hace grandes, sin embargo, es el elaboradísimo retrato que Camilleri ha ido realizando del propio Montalbano. Reflejo de su tierra, es un hombre de contradicciones, apegado a la tradición pero capaz de reírse de ella. Es infantil, egoísta, directo y encantador. Camilleri no emplea jamás adjetivos calificativos para retratarle, porque de hecho no le describe; le construye a través de sus acciones. Hablamos de un tipo capaz de, en mitad de un caso, marcharse a comer a su restaurante favorito (la trattoria de San Calogero: siempre hay pulpitos y salmonetes de roca, fresquísimos), encerrado en un pequeño cuartito para que ninguna conversación le distraiga del placer del almuerzo. Tras el último plato, le cierran la puerta y le dejan dormir apoyado sobre los brazos, encima de la mesa, para despertarle media hora después con un café.

Montalbano es, en el fondo, un retrato de lo que todos los lectores de novela policiaca querríamos ser. Tiene una profesión interesante, y la resuelve no porque sea excesivamente trabajador (aunque cuando un caso le embebe, no para), sino porque tiene verdadero talento. Por esa misma razón, todo el mundo le respeta pese a sus histerias cuando hace mal tiempo o sus caprichos imparables. Se trata con hermosas mujeres, pero quiere a la suya. Vive en una casa junto al mar. Come como un ceporro, todo de primera calidad. Va por libre, y todo el mundo se lo tolera; ni siquiera tiene ganas de ser ascendido, porque obviamente con un cargo administrativo superior no podría seguir con su vida muelle.

Las novelas de Montalbano han sido un éxito descomunal en Italia, donde sorprende este retrato de una Sicilia apacible y de pícaros, pero que elude los tópicos más obvios; de hecho, en estas historias la Mafia, por ejemplo, forma parte del paisaje pero no tiene casi nunca un rol sustancial. Montalbano parece situar su lucha contra las dos familias mafiosas de la zona en la misma esfera que su desprecio por la corrupción política; un mal inevitable, en cuyas lagunas puede apoyarse para su propio beneficio cuando debe afrontar alguna tarea.

Andrea Camilleri

El otro aspecto atrayente de estas novelas es la escritura de Camilleri. Ha llegado a la novela, y al éxito, como un setentón, y hay una vaga sensación de sabiduría en sus escritos. Montalbano, como me imagino Camilleri (que ha trabajado en televisión, con lo que desgasta eso), está de vuelta de todo, y tiene muy claro que su vida está relacionada con el disfrute de lo auténtico, dando de lado convenciones que en demasiados casos nos complican la vida. El propio estilo de Camilleri es reflejo de todo ello: apenas hay adjetivos, cada cual se retrata ampliamente por sus hechos y sus palabras.

En el plano meramente de la intriga, conviene hacer una confesión: no estamos ante novelas de gran fuste. En particular, porque los casos se resuelven generalmente por algún golpe de fortuna o por una inspiración cataclísmica de Montalbano, que luego sigue ciegamente para llegar al éxito. Con todo, y al margen de ese elemento de fortuna, la investigación policiaca sí tiene lógica y es llevada con un excelente ritmo, sólo interrumpido por algún paréntesis para que Montalbano deguste una merluza con hierbas aromáticas, aceite de oliva y sal.

En suma, una serie de las que hacen que uno se sumerja en un entorno y disfrute durante páginas y páginas; a mi juicio, de una forma en la que los dos modelos evidentes de Camilleri, Vázquez Montalbán y Simenon (quizá de vocaciones literarias más firmes, aunque sin la misma brillantez para el entretenimiento), no me han hecho disfrutar. Varios consejos para su disfrute: la primera novela, La forma del agua, era un título a priori individual, en el que no están fijadas las características de la serie y que puede resultar poco adictivo para el lector. La fuerza de Montalbano queda clara sobre todo a partir de la segunda novela, El perro de terracota, que quizá es para mí el mejor título de la serie junto a La excursión a Tindari. En cuanto a los dos volúmenes de cuentos, sólo son plenamente disfrutables cuando ya se ha avanzado en las novelas y la identificación con el escenario es total por parte del lector. Curiosamente, Un mes con Montalbano, treinta relatos de irregular calidad, ha sido hasta el momento el libro de más éxito de la serie.


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