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Rafael Marín Series de televisión
La Bola de Cristal
Rafael Marín




Los simuladores

Productor ejecutivo: Damián Szrifón
Intérpretes:Federico d´Elía (Mario Santos), Alejandro Fiore (Pablo Lampone), Diego Peretti (Emilio Ravenna), Martín Seefeld (Gabriel Medina)
Primera emisión Argentina: Telefe, 2002-2003
Dos temporadas, veinticuatro capítulos
Versión española emitida por Cuatro

Eran los tiempos del corralito, según cuentan, cuando un grupo de actores en paro decide crear su propia serie de televisión, dado lo difícil que era encontrar trabajo. De esa necesidad surgen Los simuladores, una serie que fue todo un fenómeno social en Argentina, quizá porque los espectadores se identificaban tanto con los problemas que estos cuatro sorprendentes justicieros resolvían como con el país que describían.

La premisa de partida reviste la originalidad precisa para resultar sorprendente. Usted tiene un problema, digamos, doméstico, que no puede resolver y le está amargando la vida. Alguien, probablemente un amigo, o un comentario casual de un desconocido en una calle o un tranvía, le pone en contacto con este misterioso grupo de mercenarios, modernos Robin Hoods, quienes por un precio a concretar, más el compromiso de colaboraciones futuras en nuevos casos, le resolverán su situación. Y lo harán creando nada menos que una simulación, orquestando con muy pocos medios y muchísima imaginación y sentido del humor, momentos alucinantes donde uno nunca sabe cuál va a ser el resultado ni qué vericuetos puede tomar una trama tan delirante.

La serie original argentina consta de dos temporadas de trece y once capítulos respectivamente, y es un dechado de imaginación, mala uva y sentido del humor. Los simuladores son cuatro, cada uno perfectamente caracterizado en su papel: Santos, el frío y cuasi británico organizador de las simulaciones; Lampone, ex soldado derrotado en las Malvinas, encargado de la logística de cada caso; Medina, el encargado de recopilar información; y Ravenna, el histriónico actor encargado de personificar los más extravagantes  personajes para llevar a cabo estos timazos de buenas intenciones.

La serie juega siempre a explotar al máximo los pocos recursos de que se dispone, lo cual añade un elemento disparatado a muchos de los "operativos", pero no se corta ni un pelo en tratar temas escabrosos y hasta, en un momento determinado, jugar a la política-ficción (cuando tienen que resolver nada menos que un caso de impotencia... ¡del propio presidente de la República Argentina!). Los casos que resuelven pueden ser sencillos, pero la imaginación desbordante de Santos los resuelve en ocasiones por la tremenda: un asilo de ancianos que está a punto de ser vendido y sus inquilinos enviados a la calle sirve para montar un operativo donde se homenajea nada menos que al Drácula de Coppola, efectos especiales y vampiros incluidos; un caso de acoso policial acabará por enredar a la incauta víctima en una investigación de un falso SETI y el hallazgo nada menos que de vida extraterrestre, no importa que esa vida extraterrestre sea de goma; una historia de cuernos se convertirá en un cruce de Casablanca y El tercer hombre con espías rusos "asesinándose" vilmente; el secuestro de Santos por parte de un grupo de mafiosos los lleva a desembarazarse de éstos colocándoles en el equipaje fotos comprometedoras nada menos que con Saddam Hussein y Bin Laden justo cuando entran en Estados Unidos... Por no mencionar la reacción de la deprimida fan de Paul McCartney y su sorprendente remate al encuentro aparentemente romántico con su doble.

Si la primera serie es un divertido muestrario de cómo se puede plantear una exposición picaresca dentro de un género que debe mucho a lo criminal, la segunda y mejor temporada sirve, por un lado, para explorar la psicología de cada uno de los cuatro simuladores y, por otro, hilar la trama a partir de los deseos de venganza de una de las víctimas de una simulación anterior, que ahora busca asesinar a los cuatro caraduras que lo han mandado nada menos que a la selvas de Brasil durante todo un año, haciéndole creer que está participando en un reality show de supervivencia.

Así, sabremos que Mario Santos, además de un perfecto sibarita, es un superdotado hijo de un escritor de fama, suicidado por asuntos de deudas, y que su nombre (y su inspiración) se deben a la novela que escribió el padre: provoca un pequeño escalofrío de placer descubrir que Santos fue capaz de recuperar la fortuna familiar siendo niño, y que ha dedicado su vida a deshacer entuertos y encender ese cigarro puro de satisfacción holmesiana cada vez que termina un episodio. El duro aspecto de Lampone se contradice con su soledad siempre acusada (su único acompañante es su perro), su miedo a las alturas que combate dedicándose a escalar montañas, y su pasado de ex combatiente; el no menos duro Medina se nos revelará como amante de ancianitas y niños y fan de las películas de dibujos animados, mientras que el nervioso Ravenna será nada menos que un bon vivant que vive en comuna con tres bellezones (aunque reconoce que le cuesta ser fiel). Una de las grandes sorpresas de la investigación hacia los simuladores en la segunda temporada es descubrir que "Máximo Cozzetti", el alias que habitualmente utiliza Ravenna en los operativos, existe y está encerrado en un manicomio tras un caso que no se nos ha contado anteriormente.

La segunda temporada, además, nos muestra un segundo equipo de patosos simuladores, la gente que ellos mismos han ido usando en casos y operativos, y sus meteduras de pata llevarán al equipo original nada menos que a Washington, para rescatarlos de la CIA, que los ha confundido con terroristas islámicos.

Hay abundantes elementos cinéfilos (a El Padrino y Star Wars, especialmente), un uso acertadísimo de la música como referente situacional (la entradilla es de Astor Piazolla, claro), y guiños a los lectores de cómics de toda la vida. El episodio donde los cuatro simuladores se hacen pasar por dibujantes de historieta y hablan de los Breccia y El Eternauta deja muy claro que Daniel Szrifrón, director y guionista que luego ha comenzado una prometedora carrera cinematográfica, bebe en unas fuentes que nos resultan gratamente familiares.

Pícara y tierna, burlona y sentimental, Los simuladores queda como una serie magnífica donde se revalida continuamente que una buena interpretación (muchas buenas interpretaciones, en realidad) y unos guiones certeros son la base del éxito. Se rodó una versión para Chile, con actores diferentes, y en la cadena española Cuatro, lo sabrán ustedes, se ha estado emitiendo una versión española donde se recicla al personaje de Santos y se cambian a los otros tres actores argentinos por tres actores españoles. Contando con muchos más medios y una puesta en escena más cuidada, la serie española (que me temo que haya pasado sin pena ni gloria por nuestras saturadas cadenas), no puede compararse con la originalidad y la gracia de la argentina. Ni Jota, ni León, ni Medina pueden compararse a los originales, ni los guiones, adaptados y retocados para nuestro país, tienen esa frescura y ese desparpajo. Si algo funciona, no lo toques, dice el refrán, y aquí se han tomado los mismos guiones y se han vuelto a contar, pero en peor, algunos de los mejores episodios argentinos. Quizá el problema está en que la serie española se ha tomado a sí misma demasiado en serio, y que les falla el plantel de secundarios que luego van a ayudar a los simuladores en sus operativos (perfectamente reconocibles en la versión argentina). La primera temporada, que se mantuvo bastante fiel a la original, sí resulta divertida y provocativa, mientras que la segunda, recientemente terminada, naufraga continuamente porque se tira más hacia lo melodramático en vez de al sentido del humor.

Y es que quizás habría sido mejor rescatar solamente al personaje de Santos y contar sus nuevas aventuras en España con otros tres amigos (la serie argentina termina cuando los simuladores se separan), y no empeñarse en un remake imposible: quizás, cuando se han dado cuenta de eso y han empezado a escribirse guiones originales, ya es demasiado tarde. Dicen los rumores que el propio Federido d´Eliá no está muy conforme con los derroteros de la serie y que no estará presente en una hipotética tercera temporada, con lo cual toda la subtrama del timador timado (encarnado, y muy bien, en la versión española nada menos que por Nacho Vidal), quedará muy coja.

La serie argentina no ha sido emitida todavía en España, ni existe en DVD en su país. La primera y brevísima temporada española está a la venta en DVD y es de esperar que pronto lo esté la segunda. En cualquier caso, saben ustedes que hoy existen muy buenas posibilidades de "emular" el disfrute de los espectadores argentinos.

Y si alguien se les presenta como Máximo Cozzetti, o un rubio bajito les pide fuego, échense mano a la cartera...


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