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Alberto García-TeresaCf sociopolítica
Mundo Espejo
Alberto García-Teresa

La crisis del capitalismo:
Las Torres del olvido

George Turner
Título original: The Sea and Summer

Traducción: Jordi Gubern
Ediciones B 2007

La mejor manera de oxigenar la literatura de ciencia-ficción, una narrativa tan ligada a la especulación, tan vinculada a las ideas que se plantean en sus narraciones, no es tanto progresar en lo especulado (lo que da lugar a una pérdida de la perspectiva de realidad, adentrándose en "su propio futuro" en vez del futuro de la sociedad, como denunció Thomas M. Disch, y que también provoca caer en un circense "más dificil todavía" sólo comprensible -y asumible- para los muy iniciados, como certeramente sentenció Julián Díez) como ofrecer calidad literaria que pueda sostener una especulación que evolucione conforme avance la sociedad, ayudando a desentrañar su presente mirando su futuro. No hay, por tanto, opino, que perder tantas energías y trabajo en ofrecer la idea más novedosa, la más original (¿la literatura no siempre ha hablado de los mismos temas desde que tenemos constancia?) sino que se debe dirigir ese esfuerzo (o una parte considerable de él) a conseguir mayores logros narrativos, pues ése el vehículo que se está eligiendo para comunicarse, y si falla el canal falla el mensaje, y si se mejora el primero se hace más perceptible el segundo.

Las torres del olvido, de 1987, es una obra maestra porque resulta literariamente impecable, y también lo es dentro de concepciones más autárquicas de la ciencia-ficción puesto que supone una progresión en las ideas presentadas y, de igual manera, un avance importante dentro del subgénero de la distopía, donde se encuadra.

Uno de sus puntos más destacables en ese sentido es que aporta a la distopía la visión de civilación pasada. Han pasado décadas de la sociedad distópica. Nos situamos en un mundo postapocalíptico, y su civilización yace escondida bajo las aguas. De este modo, el relato constituye una arqueología de una sociedad decadente y resulta verdaderamente muy interesante porque el lector participa reconstruyendo la distopía. Los arqueólogos de esa sociedad futura, posterior, intentan averiguar cómo era la distopía que condujo al desastre, que dio lugar al mundo postapocalíptico donde viven, una Tierra completamente inundida, tratando de desentrañar comportamientos, objetos y urbanismos que resultan muy extraños para ellos pero no para el lector, pues pertecen a nuestra realidad (son, efectivamente, como en toda historia de ese subgénero, una evolución o degeneración del presente), siempre con esa pátina de misterio, mitificación, admiración ("contemplamos los monumentos y no pensamos en los millones que pasaron hambre para levantarlos") y especulación que cubre sus hipótesis. Bajo las aguas, el mundo sumergido contiene "reservas inagotables de historia", y trabajan afanosamente en ellas.

Pero pronto nos adentramos en esa sociedad distópica en primera persona. Así, el tiempo postapocalíptico y la distopía se alternan. La excusa narrativa es la reconstrucción histórica que se produce a través de una novela escrita por una de las arqueólogas, que es integrada por Turner dentro de la narración. Sin embargo, formalmente, a los pasajes iniciales de los arqueólogos los siguen una serie de fragmentos narrados en primera persona por otros personajes, ubicados a medidados del siglo XXI, agrupados bajo el título de "El mar y verano" (frente a "La gente del otoño" de los primeros), que conforman el grueso del volumen, de los que, astutamente, en un principio no sabemos si son parte de esa novela ficcional o relato real escrito por Turner. Esa alternancia temporal y ese juego textual enriquecen en gran medida la obra. En cualquier caso, esa novela dentro de la novela permite a los personajes reflexionar explícitamente sobre la sociedad que estudian; su razón de ser, su funcionamiento, y con ello también el autor obliga a pensar con detenimiento al lector.

Esos episodios de "El mar y verano" están desarrollados con un lenguaje cuidado y con una atmósfera constante de evocación, perfectamente coherente con el tono de los recuerdos. Son relatos autobiográficos de distintos habitantes de diversa condición, que comienzan en la infancia (donde, como es de esperar, mayor evocación se provoca). Ese seguimiento de la historia personal de cada personaje está narrado con una gran fuerza. Frente a "lo contado", lo intuido, lo explicado por los arqueólogos en la primera parte, aquí asistimos a la distopía desde dentro, pero sin apenas pararse el narrador en ofrecer explicaciones globales. De este modo, apreciamos el horror de ese mundo por los hechos cotidianos de sus personajes, por su drama (la tensión no es provocada por el rumbo de la sociedad o por grandes acontecimentos, sino por su vida). Se produce, por tanto, una psicologización y una perspectiva subjetiva y emotiva de la realidad social.

Así, la distopía es espléndida porque queda mostrada a través de la intrahistoria, de la historia particular de los personajes. El autor nos va ofreciendo el panorama de la sociedad desde distintos enfoques: a la arqueología del principio se suma a continuación su exposición como fondo y razón del drama de los personajes (poderosísimo centro de atención de toda la estructura de la novela)

La mentalidad y las causas que ha originado la distopía y las bases de la crisis y esa nueva sociedad catastrófica derivada de ella podemos conocerlas directamente por el texto del volumen:

"El Tercer Mundo (un concepto cuyo sentido se había perdido) había delegado la financiación en Occidente (otro término equívoco) y enterrado el dinero en una situación no productiva, por lo cual el Tercer Mundo tuvo que ser sostenido financieramente por Occidente porque era su mercado de excedentes más rentable. La idea de vender a unas personas que compraban con el dinero prestado por el vendedor para que no se colapsara el sistema era más que necia; fue la autocrítica final de un sistema que sólo podía existir gracias a la expansión, y cuando la expansión cesara por falta de mercados, debía devorar su propio cuerpo".

"Había sido la consigna más destacada tres décadas antes: la búsqueda de la riqueza, la supervivencia del lobo; el deterioro del sistema monetario a medida que el hambre aumentaba, y el aumento del hambre a medida que la población se incrementaba desmesuradamente y los alimentos pasaban a ser el campo de operaciones del soborno y la extorsión de alcance internacional; la impotencia de estadísticas [sic], filósofos y disidentes frente al exijo, ¡exijo!, mientras los recursos del planeta eran saqueados para mantener la ilusión de una economía en continua expansión. Ideas e ideales florecían en los foros intelectuales, pero de nada servían contra el exijo, que un día se convirtió en debo tenerlo para sobrevivir."

En ese sentido, la denuncia de Turner se centra explícitamente en nuestros días, pues esto es una simple prolongación de la filosofía del presente. Así, afirman en el año 2057 que "ahora estamos pagando la negativa de nuestros bisabuelos a admitir que el mañana llegaría en un momento u otro". De este modo, denuncia que el egoísmo (más extremo en la novela, pues cada uno va a lo suyo debido a la precariedad y la miseria absoluta del entorno) y el gratuito desentendimiento de quienes conforman una sociedad, "la ciega persistencia de quienes no creían en la inmediatez del desastre" (la excusa de los políticos profesionales ante la inminencia de la catástrofe desastre ha sido un "no en nuestra época" que cada vez se escucha más hoy en día), han sido la clave para llegar a esa situación. La codicia, la superpoblación y el saqueo del medio natural en busca de la obtención de beneficios económicos a corto plazo han sido los desencadentes de todo.

Se alude, principalmente, al Efecto invernadero. Sin embargo, se concluye que esas gentes "desembocaron en la destrucción porque no podían hacer nada. Habían iniciado una secuencia que debía seguir su curso desequilibrando el clima". Y Turner no duda en señalar que ese cambio climático ha sido consecuencia del comportamiento del ser humano, quien quiere modificar el planeta a su antojo sin respetar las reglas de la naturaleza (por ejemplo, el realojo de millones de personas de las zonas inundadas en áreas insalubres que se preparan para ser terrenos habitables provoca un desequilibrio en el ecosistema).

Las consecuencias más visibles han sido las alteraciones climáticas. Se alude a una época denominada "Largo Invierno" (donde no aparece el Sol en todo el año), que ha seguido a un "Largo Verano" (se habla de un siglo de duración), y, en el presente de la historia, en el mundo postapocalíptico, se preparan para una glaciación cercana. Los casquetes polares se han derretido, lo que ha ocasionado gravísimas inundaciones que han terminado por anegar gran parte del planeta. Esto, además, como acierta en plasmar Turner, ha producido un cambio cultural descomunal, un cambio de civilización.

En esencia, Las torres del olvido recoge el colapso del capitalismo que postulaban Marx y Engels. La crisis es consecuencia de las propias contradicciones del sistema, de su insostenibilidad. La novela ha plasmado ese momento (aunque en ningún momento plantea o sugiere la posibilidad del siguiente estadio social propugnado por ellos, el socialista, e incluso en la historia se dibuja claramente un anticomunismo feroz). También la capacidad del reformismo, el ir parchéandose el sistema para que sobreviva, ha fracasado. Tras el desastre, se levanta una nueva sociedad, ese mundo postapocalíptico, de la que apenas sabemos nada salvo que es técnicamente paupérrima y extremedamente austera debido a las inhóspitas condiciones a las que debe amoldarse,aunque, al compararse con el pasado, con la distopía, concluyen que "vivimos mejor y pensamos mejor". Este entorno no está temporalmente limitado, aunque se puede intuir que puede transcurrir a finales del siglo XXII.

La que sí se ubica claramente es la sociedad distópica, que se sitúa entre los años 2041 y 2061. Ahí se está consolidando un sistema de castas tremendamente excluyente: los "supra", asalariados, trabajadores, con acceso a la maltrecha sociedad de consumo, que viven con comodidad y relativo lujo, y los "infra", desempleados que sobreviven en la miseria mediante el subsidio estatal, que son excluídos, hacinados y repudiados en barriadas, moralmente condenados y mediáticamente criminalizados. Ellos constituyen el noventa por ciento de la población.

La tecnología suple a los trabajadores, aunque, paradójicamente, es la capacidad manual la que logra burlar al sistema (por ejemplo, hacer cuentas mentalmente permite evitar el uso de ordenadores que registran todos los movimientos financieros, con lo que se puede así evadir impuestos), la que finalmente es apreciada. En último extremo, se baraja incluso en distintas ocasiones que el siguiente paso, cuando sea totalmente insostenible mantener a tantos infra, será pasar a la misma aniquiliación de los infra; una idea que, en parte (sólo la esterilización), ha sido ya insinuada en nuestro tiempo.

La enseñanza en las escuelas se ha perdido. Sólo los supra pueden acceder a ella, con lo que se condena a los infra a seguir permaneciendo en su condición. Turner, por tanto, postula que la educación formal es imprescindible para la medra social, el crecimiento de la persona o para dotarla de dignidad (en ese sentido, la voluntad del infra Billy Kovacs, que picotea lecturas de libros robados para cultivarse y poder desarrollar mejor su función de "Jefe de Torre", de responsable de un asentamiento infra, es muy ilustrativa). De hecho, algunos infra superdotados que pueden ser captados (los "extra") e ingresados en escuelas especiales alcanzan un gran desarrollo; pero éste sólo ha sido posible gracias a una planificada enseñanza reglada. Es más, esa segregación hace posible que se le exija a un niño extra, el protagonista Teddy, cuando es llevado a una academia, romper el contacto con su familia (cercana a los infra; situada en la "Periferia" supra) porque guarda y revive un recuerdo de una situación "degradante" que lo condiciona negativamente.

Esa situación se sostiene en buena medida a través de la televisión ("triv" en la obra, omnipresente en sus vidas y en su pensamiento pero que nunca llega a aparecer explícitamente), que deforma la realidad y es el vehículo fundamental para la manipulación política. De esta manera, los personajes aluden de manera continua a la reconstrucción del mundo que tienen a través de la triv para poder desenvolverse en él. La utilizan como guía, como cartografía de la sociedad, a pesar de comprobar constantemente que no responden a la verdad sus series o sus noticieros.

En esa línea, también debemos señalar el hecho de mostrar, en la triv, desastres y miserias en otros países como medio para extender y asentar la idea de que se vive en el mejor de los mundos posibles, en "el País Afortunado" como expresan los personajes, y se consigue la ausencia de crítica porque, a pesar de la innegable crisis, otros están mucho peor. Así es como se mantiene el orden en una sociedad extraordinariamente excluyente, injusta y autodestructiva. De hecho, uno de los personajes afirma que "había empezado a considerar la ignorancia como un crimen": es imprescindible que persistan las mentiras que sustentan el orden.

Además, "la pasma sólo protege a quienes tienen propiedades", y ésa es la razón por la cual existe una mafia consolidada en las zonas infra. De este modo cobra sentido el personaje de Billy Kovacs y el autor nos lleva a un escenario continuo de los bajos fondos.

En ese contexto, no hay salida: es necesaria la resignación en la derrota, en el desastre. Dice precisamente Kovacs a una empresaria supra: "no podemos cambiar nada, así que nos sumamos al juego de la codicia, tanto usted como yo. Usted participa ya tan a fondo que no puede detenerse, y yo sigo el juego para conservar la vida. Soy tan malo como usted". No se producen revueltas entre los infra precisamente porque no hay esperanza, porque no hay ilusión por un futuro mejor. Se busca la supervivencia individual.

También Turner lo explica mediante la expresión de la necesidad de la vanguardia política, en términos marxistas (no en vano pone a la Revolución Rusa como ejemplo al explicarlo) puesto que, según el autor, las revoluciones "se cocieron a lo largo de un siglo de debates intelectuales antes de que los demagogos se levantaran y empezasen las matanzas. Sin intelectuales que les inciten, los pobres tienden a aceptar su condición e inventar filosofías que la hagan tolerable". Como en esa sociedad han desaparecido los intelectuales, no hay camino para la revolución más allá de revueltas violentas ocasionales, "incidentes descentralizados que no respondían a ningún plan".

Sin embargo, esta supervivencia individual entre los infra (completamente opuesta a lo que entiende otro de los protagonistas, Francis, por sobrevivir, ya que busca hacerlo pisando a quien deba pisar) sólo es posible mediante la cooperación. No hay otra forma de subsistir dentro de las torres donde se hacinan si no es mediante el apoyo mutuo, la colaboración. Pero no es altruismo lo que les mueve, no son grandes ideales, sino la simple necesidad de sobrevivir en grupo. Es el único modo de garantizar la supervivencia individual. Quien no coopera, es aislado. En ese sentido, debemos recordar el estudio que en el medio natural hizo Kropotkin (El apoyo mutuo), que mostraba distintas sociedades animales que debían funcionar de modo cooperativo para poder persistir.

Con ello, Turner parece reconocer que son posibles otras formas de organización social, algunas de ellas espontáneas; que hay distintas maneras de conseguir armonía social más allá de la planificación. En última instancia, el escritor expresa su confianza en el ser humano para poder coexistir en la adversidad de un modo armónico. Es, sin duda, por el método mediante el que está plasmado, una conclusión más sociológica que filosófica.

El escritor consigue en Las torres del olvido un ritmo bien mantenido, creando espacios para la introspección (a través del relato autobiográfico, la cadencia de las oraciones y del distanciamiento del narrador sobre lo contado). La alternancia de puntos de vista, pues recordamos que el volumen está compuesto por una serie de relatos de distintos personajes repetidos, igualmente contribuye a crear dinamismo.

Por otra parte, uno de los principales logros es la construcción de sus personajes: complejos, ricos, con una estudiada psicología y filosofía, capaces de soportar distintas interpretaciones. Especialmente, cabe destacar el proceso de maduración de los dos niños principales, los hermanos Francis y Teddy, abordado de una manera espléndida, acorde con la trama pero respetando en todo momento las etapas evolutivas del ser humano, desde la niñez a la edad adulta, con coherencia, atención y delicado análisis. Así, apreciamos cómo lentamente van desidolatrando a los adultos, comprendiendo su fragilidad, al mismo tiempo que toman conciencia de sus propias capacidades. No es un proceso típico de las novelas de iniciación (afortunadamente, no aparece el manido -y casi siempre ridículo en demasiadas ocasiones- despertar sexual), pero sí es coherente y, al mismo tiempo, atractivo e interesante para la historia y la propia complejidad de los personajes.

Los más notable es el manifiesto conflicto entre los dos hermanos. Teddy es un ser elitista, aún antes de saber que es superdotado, y desprecia de manera absoluta a los infra. Ególatra, engreído, necesita continuo reconocimiento y ser el centro constante de atención. Pronto termina siendo policía. Francis, por su parte, acepta su posición (accede a trabajar con sólo nueve años ayudando a cometer fraudes fiscales para sobrevivir) y, sobre todo, adora a Billy Kovacs, a quien Teddy repudia. De hecho, afirma en numerosas ocasiones que Billy "es mi segundo padre". La evolución de ambos hermanos es enormemente interesante, pero dejo al lector extraer sus propias conclusiones para no arriesgarme a revelar más de la trama.

Igualmente, el libro posee un espléndido elenco de personajes menos importantes muy sugestivos, en los que apenas se profundiza (porque su presencia está condicionada por los narradores, personajes que relatan en primera persona evocando los hechos). Pero no parece ser la intención de Turner sugerir más que mostrar, sino que, en realidad, lo que ocurre es que sus seres, incluidos sus secundarios, son tan brillantes y complejos y están tan bien construidos que uno quiere adentrarse más en sus mentes y comportamientos. Según va avanzando el volumen, accedemos al relato en primera persona de estos secundarios -aunque con muchísima menos cesión de espacio-, a los que sólo conocíamos e intuíamos mediante lo que otros contaban sobre ellos. Se logra, de este modo, una interesante comparativa entre la apariencia, los prejuicios, modelos de pensamiento, sistemas de valores, formas de entender la vida y aspiraciones individuales; un choque entre lo que se es, lo que se quiere ser y lo que los demás creen que se es. En ese sentido, Las torres del olvido es un alegato contra los prejuicios, contra el racismo en último extremo (puesto que, por poner un ejemplo muy patente, también defiende que hay grandes mentes sin importar su condición, como es la existencia de extras entre los infras). Es una crítica contra la apariencia al mismo tiempo que, sin embargo, manifiesta que ésta es indispensable para la superviviencia social. De igual manera, la visión de la realidad que adquiere el lector, construida a base de los distintos relatos, de las diferentes impresiones de todos los personajes, contribuye a desmontar los tópicos (que los infra son caóticos, vagos, maleantes y desinteresados; que los supra son ingenuos y egoístas -"¿Has conocido nunca [sic] a algún supra a quien le importase algo que no fuese su propia seguridad?"-) y confirmar la idea de que la realidad no es única, sino infinitamente múltiple, y que todas las perspectivas son válidas e igualmente imprescindibles para aspirar a comprenderla en su totalidad. Los personajes, por tanto, en absoluto son estereotipos. Cada uno, además, conlleva un drama. De hecho, más que una historia de escenario, de universo, donde éste es el protagonista, tan usual en el género, se trata de una historia de personajes. Es el drama de los protagonistas el centro y quien determina los ciclos de tensión, antes que la revelación de un mundo, de una sociedad o de una especulación atractiva. El último tramo, sin embargo, los pone en segundo plano, aunque permanecen poseyendo una notable fuerza.

En ese sentido, la madre, miss Conway, guarda una notable tragedia. De ser una supra medio pasa a convertirse en viuda, casi infra (perteneciente a la "Periferia"), dependiente de la mafia, a ver cómo un hijo la rehúye por eso y cómo debe aceptar que su otro niño deba trabajar para sustentar, tratando siempre de no perder su dignidad (o más bien su orgullo de ser supra en un entorno infra).

De igual modo, Billy Kovacs es una enigmática persona, a priori amoral, delincuente, pero que respeta un severo sistema de valores (sorprendentemente conservador) y posee un escrupuloso sentido del deber. Es un ser camaleónico, que varía su rol en función de sus objetivos y necesidades, y junto con Nick es quien refuerza más la idea de la necesidad de la apariencia (o simularla) en el medio social. Pero es uno de los grandes personajes de la novela, a pesar de no tener apenas voz propia.

Y también debemos referirnos a la fe en el progreso humano de Nick, capitán de la policía secreta, o la complejidad del mundo burgués en un entorno extremo que representa Nola Parkes, o la connivencia de Vi, la esposa de Billy con sus prácticas, a cuento de poder garantizar la supervivencia grupal, entre otros.

Hemos mencionado ya el último tramo del volumen. En él se desarrolla una narración políciaca en toda regla, donde el multiperspectivismo (y su oportuna ocultación de datos consecuente) salva de lo corriente la historia. Es un tramo donde se prioriza el diálogo, y que ofrece también un interesante relato futuro de bajos fondos, especialmente atractivo para los seguidores de la novela negra. Esto además sirve, del mismo modo, pues no es un añadido a la historia principal, para colocar otro foco de tensión que termina por integrarse sin ningún tipo de problemas en el relato global, antes de que el que se está desarrollando hasta el momento se agote o pierda fuerza. Se liga, así, también al destino de los personajes, aunque ya no se continua indagando en ellos (o no de la pormenorizada manera como lo había hecho hasta ahora, sino de una forma más relajada).

Sin embargo, a pesar del desolador panorama que nos presenta Las torres del olvido, de la amarga visión del futuro que nos ofrece George Turner, hay un resquicio para la esperanza. Lo narrado, lo novelado, no deja de ser una hipótesis; un relato formulado por una de las mayores expertas en esa civilización, eso sí, pero hipótesis en todo caso. A pesar de ello, las consecuencias finales, ese escenario de la sociedad última, no dan pie a esa posibilidad. Y, al mismo tiempo, la esperanza en que haya hombres y mujeres que puedan disminuir el impacto o disponer un resurgimiento más rápido, mediante la sensatez y un fuerte sentimiento de fraternidad. Serán "personas que hacen lo que pueden en lugar de quedarse sentadas esperando que el tiempo pase y se las lleve".

Sin embargo, el debate explícito entre los personajes en busca de soluciones, tratando de hallar una vía factible sin llegar a ofrecer un discurso perfecto (una concepción, una idea de la sociedad del autor, quien habla en última instancia, completamente cerrada), es una invitación y un estímulo al lector para que reflexione y pueda extraer sus propias conclusiones (algo políticamente inusual y molesto en nuestros días). Así se potencia extraordinariamente el valor de la obra como "laboratorio de ideas", pues no es la reproducción de una ideología, sino que es la plasmación de una búsqueda de salidas, de un tanteo, desde una crítica inminente, ante una situación de crisis que parecer producirse en un corto plazo.

Las torres del olvido es una novela compleja, extensa (480 páginas), inteligentemente dispuesta, con una extraordinaria capacidad de sugestión y una capacidad de construir narración, de ofrecer ciencia-ficción (e incluso novela negra futurista) sin olvidar en ningún momento su armazón literario, extraordinaria. Es, en suma, uno de nuestros grandes títulos, y una de las obras de la literatura más destacadas de la segunda mitad del siglo pasado. Quedan las palabras finales del autor en su innecesario postscriptum (porque la novela habla ya por sí sola, y no merecen la pena más explicaciones) como clave para desenvolvernos en estos tiempos inciertos en los que la ciencia-ficción bien puede arrojar algo de luz:

"Hablamos de dejar a nuestros hijos un mundo mejor, pero prácticamente no hacemos más que enfrascarnos en nuestros problemas cotidianos y esperar que las catástrofes a largo plazo no se produzcan nunca."

Pero se producen; y afortunadamente tenemos relatos como Las torres del olvido para poder intentar salvarlas de la mejor y más humana manera posible.

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