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Juan Manuel SantiagoCruda fandomía
Mentidero 5
Juan Manuel Santiago




Los fanzines, mi des(a)tino (V)
Kenbeo Kenmaro:
el tamaño no lo es todo

No, esto no va de hacer el chistecito fácil acerca de las connotaciones supuestamente ocurrentes del término "tamaño". No. En efecto, el tamaño no lo es todo, como se puede comprobar (fanzinísticamente hablando) en los tiempos que corren, en que el formato tipo Artifex Segunda Época parece haber hecho furor y marca pautas de comportamiento editorial (ahí tenemos el primer Fabricantes de Sueños, el segundo Framauro o la última antología de relatos de El Melocotón Mecánico para corroborarlo). Y mucho menos en los años centrales de la década de los noventa, tal vez los merecedores de ser recordados, en un futuro no muy lejano, como la Edad de Oro de la fanedición española de cf. Veréis. Hubo un tiempo, hacia los años 96-99, en que el formato imperante de los fanzines y revistas era el DIN-A4 (el sempiterno BEM, Bucanero, los principios de El Melocotón Mecánico, Artifex Primera Época...); hoy en día, como ya hemos apuntado, lo que se lleva es el formato tipo librito de bolsillo. Pues bien, en la época a la que me refiero, una buena cantidad de fanzines, casi todos ellos interesantes, algunos incluso de una brillantez no alcanzada ni siquiera en la actualidad, se editaban en el más humilde (y fotocopiable y económico... y, ¡ay!, anticomercial) DIN-A5 grapado. Por otro lado, era el formato "clásico" de los Maser, Kandama, Gigamesh o primeros Tránsito, publicaciones que habían marcado los años ochenta (los digamos Años Oscuros de la cf española) y que habían cedido el testigo a otras, ni mejores ni peores, que se encargarían de definir los primeros años noventa, los del (entiéndanme: hablamos de un fandom de trescientas personas) esplendor del género. Sueño del Fevre o Elfstone abren el camino, y tras ellos aún se harían esperar dos de los "pequeños grandes fanzines" que hicieron un poco más grande a la cf española: Parsifal y sobre todo Kenbeo Kenmaro, que es la publicación que hoy nos ocupa.

Nace Kenbeo Kenmaro en la capital pucelana, por obra y gracia de Luis González Baixauli, castellanista acérrimo, inquieto miembro de la Sociedad Tolkien Española, amante de la fantasía más que de la ciencia-ficción (y, mientras no aparezca la antología Lo mejor de la ciencia ficción española. 1980-2000, el único autor español que ha tenido el privilegio de aparecer publicado en Minotauro, con su ensayo La lengua de los elfos). Conviene resaltar también la importancia de la labor de José Luis González, que inicialmente colaboraba como maquetador, y que con el tiempo llegó a convertirse en una suerte de coeditor oficioso. Visto en perspectiva, el número 1 (julio 1993) aparece aún demasiado esbozado, aunque ya se aprecian las tendencias que más adelante caracterizarían al fanzine y se va adivinando un fiel equipo de colaboradores (José Luis González, Mónica González, Germán Jaramillo) que continuarían en el proyecto hasta el final y que se autodenominan Grupo Editor "Biblioteca de Babel", toda una declaración de intenciones. El diseño, que continuaría estable a lo largo de los doce números de Kenbeo, es brillante y original, dotado de una personalidad que le hace, aun hoy, único e inconfundible. Estructurado en secciones (Esos que llegarán a ser escritores, con relatos de autores españoles; El ejemplo de un maestro, con algún relato clásico; Desde la noche de los tiempos, con artículos de fondo; Trabajo para las neuronas, generalmente comentarios sobre ajedrez; Aquellos locos con sus locas revistas, hablando de fanzines y demás publicaciones; Lo que cuentan mis oídos, sobre música; Hoy queremos recomendar, crítica de libros; Una efímera despedida, especie de tablón de anuncios de los editores....), con una paginación generalmente establecida entre las 52 y las 64 páginas (aunque algunos números llegaron a las 96) y siempre con alguna sorpresa (marcapáginas, separatas, calendarios, mapas) y esas peculiares portadas... todo ello contribuye a crear una sensación de unidad que hace de Kenbeo una especie de coleccionable, diferenciado de otros fanzines por un concepto tal vez en modo alguno nuevo pero que recibió por parte de sus editores un tratamiento francamente novedoso: excepto el número 1, cada Kenbeo Kenmaro era un especial. Y los temas tratados, siempre interesantes.

Así, el nº 2 (octubre de 1993) es un Especial Dragones, con muy diversos artículos sobre la materia, un relato de José Luis Rendueles y un facsímil, "Colmillo de dragón", editado en forma de separata, en el que Rodolfo Martínez hermana el ciclo del aguerrido guerrero astur Rauren Prendar (obra de Javier Cuevas) con La muerte de Arturo de Thomas de Malory... y, dicho sea de paso, obtiene mejores resultados que el propio Cuevas con la creación de éste. El dragón de la portada, por cierto, impresionante: se muerde la cola, formando así un curioso cierre que preserva su contenido de la mirada de curiosos y osados. El dragón, una vez más, celoso guardián de los tesoros... y este número lo es.

El número 3 trata acerca de los Laberintos, y en él podemos leer ensayos acerca de Gödel, Escher (hay un hermoso caleidoscopio suyo en las páginas centrales) y Bach, juntos o separados. Cómo no, es obligada la referencia a Borges, en un curioso artículo del siempre inquietante Isaac R. Martinson (a quien las malas lenguas presentan como pseudónimo de un popular autor asturiano de ciencia-ficción), erudito que intenta demostrar -datos en mano- el encuentro entre el autor argentino y H.P.Lovecraft.

En el número 4, un especial Ursula K. LeGuin, empiezan a aparecer los primeros cómics, obra casi todos ellos de César, y ya adquieren una consistencia hasta entonces inexistente los relatos de los colaboradores habituales (Germán Jaramillo, Manuel J. Linares), pues ese fue siempre uno de los puntos débiles de Kenbeo, tal vez el único: la no demasiado elevada calidad de los relatos, que desmerecían claramente del resto de contenidos del fanzine. La sorpresa del número: un mapa de desplegable de Terramar.

En la quinta entrega del fanzine vallisoletano (julio 94) el eje es el Tiempo. Destacan los dos artículos de Pedro Jorge Romero (sobre Borges y Benford, respectivamente), las intenciones (que no resultados) del cómic de Sonia Carreras, la cada vez más interesante aportación de Reguera (sobre juegos lógicos) y el precioso marcapáginas. Pero lo mejor aún estaba por venir...

En efecto, Kenbeo inicia su segundo año de andadura con un buen ejemplar sobre el Tiempo. Pero lo continúa con el número 6 (octubre 94), presentado durante la HispaCon de Burjassot, convertido en uno de los puntos de referencia del fandom español. En adelante, será una presencia fija en la papeleta final de votación de los premios Ignotus de la AEFCF (algún año llega a quedar en segunda posición), recibe una merecida Mención BEM, gana incluso el premio Gigamesh en la categoría de Mejor Fanzine y, en fin, inicia una etapa esplendorosa. El Especial Ciencia-Ficción Española que marca la primera media docena de números (el ecuador de su andadura) ofrece magníficos relatos como "La venganza de Cárdenas Mulege" de Manuel Díez Román (uno de los mejores relatos ciberpunk españoles) y sobre todo "El centro muerto", a decir de muchos el más brillante relato de León Arsenal (recién reeditado en Besos de alacrán y otros relatos y próximo a aparecer también en Lo mejor de la ciencia ficción española. 1980-2000). No sólo eso: también se puede incluir un cuento de un veterano, Carlos Saiz Cidoncha, y el extenso ensayo de Eugenio Sánchez Arrate "Breve historia de la ciencia ficción española".

El número 7 es Lewis Carroll, como se puede apreciar en los relatos (de Ricardo Feliú, Carlos F. Castrosín, Óscar Tejero Villalobos y, cómo no, Rodolfo Martínez, con su apreciable "Un cuento que nunca escribiré"), artículos (a cargo de los inevitables Reguera y Luis Ugarte) e ilustraciones. Sólo desentona (en temática, que no en calidad) el cómic de César. Un agradable aperitivo para lo que vendría después.

El afecto de los responsables de Kenbeo Kenmaro hacia Jorge Luis Borges es evidente, y queda puesto de manifiesto en el detalle de dedicarle el mejor número de toda la trayectoria del fanzine, uno de los hitos de la fanedición española. Abril de 1995, Kenbeo Kenmaro número 8, Especial Borges. Así de simple. Emilio Cimas recopila una impresionante bibliografía, que aparece como separata de una entrega ya de por sí enorme: 96 páginas, el mayor mazacote en la historia de este fanzine. Impresionan las fotografías inéditas, los artículos de Salvador Huete y Pedro Jorge Romero. En cuanto a los relatos, Carlos Castrosín, con "Oficio", homenajea por igual al argentino y a Carlos Fuentes, mientras que Rodolfo Martínez publica un interesante relato corto, "El hijo de la noche" (protagonizado por el propio Borges), y un artículo sobre "Los libros que Borges nunca escribió". La guinda del pastel la pone un texto inédito, ya no relacionado con Borges, nada menos que del Subcomandante Marcos... Lo dicho, un número a recordar.

Y a partir de aquí, comienzan los problemas. El número 9 iba a aparecer en julio de 1995, pero se retrasa sine die y, de hecho, aún hay quien lo espera como agua de mayo (servidor, sin ir más lejos). Iba a ser un Especial Relatos. Se respeta la numeración, aunque el retraso ya es inevitable. Aparece en nº 10 en octubre, coincidiendo con la HispaCon Gadir´95, por primera vez desde el número 1 sin una temática concreta. Vistos los antecedentes, y después de seis meses de espera, sabe a poco, aunque no nos podemos olvidar de algunos contenidos, como "La escarcha del olvido" de Félix J. Palma, el artículo de Emilio Cimas sobre Álvaro Cunqueiro o el cómic "Lágrimas de silicio", de César. La sorpresa consiste esta vez en una tarjeta postal que el Puka, mascota del fanzine, envia a los lectores desde Rivendel.

Se atisba una recuperación en el nº 11 (enero 1996), un Especial Terror que será recordado no tanto por el buen relato de Carlos Castrosín, "Drosera H", como por el cómic de César, "Orleón", que ocupa las páginas centrales del ejemplar y es de lo mejorcito que el autor publicaría en el fandom.

La recuperación parece continuar en el nº 12, con dos de los más interesantes relatos que se pudieron leer en Kenbeo: "Pervivencias" de Luis González Baixauli (un buen homenaje a Lord Dunsany, otra debilidad de los editores del fanzine, junto con Borges y Carroll) y "Busco belleza entre las ruinas" de Julián Díez, curiosísima narración entre simbólica y onírica que mezcla a partes iguales la guerra de los Balcanes, Azul de Kieslowski y El maestro de esgrima de Pérez-Reverte... o al menos a sus personajes.

Pero ya no hubo continuidad. Luis se echa novia lejos de Valladolid y, como suele ocurrir, descuida el fanzine. Tendrá que transcurrir prácticamente un año antes de que aparezca el siguiente Kenbeo, que no lleva numeración (ah, fatal superstición), está fechado en marzo de 1997 y constituye la hasta el momento última entrega, aunque yo me resisto a creer que algún día Luis no nos sorprenda con un número 14 a buen seguro apasionante. En ese número Especial Precursores se nos habla de Julio Verne, H.G. Wells y Arthur Conan Doyle, con muy buenos ensayos, se nos ofrece un curioso relato de Carlos Castrosín, "El hombre de azúcar" y, como sorpresa, se nos obsequia un almanaque de 1997. Acaso para recordarnos, cruelmente, el tiempo que falta para no recibir el siguiente Kenbeo Kenmaro, el fanzine más original que han visto los aficionados españoles en los años noventa, el fanzine elegante, el abanderado de la Generación del DIN-A5, la publicación hecha con más cariño y detalles, abordada siempre por sus editores como si de una cuestión de vida o muerte se tratase. Pues eso, y no otra cosa, es lo que en bretón viene a significar Kenbeo Kenmaro: "A vida o muerte".


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