La reciente aparición de Besos de alacrán y otros relatos (Metrópolis Milenio, 2000) nos viene, como diría Cassen en Amanece que no es poco, pin-ti-pa-ra-da para referirnos a la publicación en la que aparecieron algunos de los mejores cuentos de esta antología y, por extensión, de su autor, León Arsenal; publicación que también editó algunos de los mejores relatos de César Mallorquí; publicación que durante el breve lapso de seis números y año y medio se convirtió en el punto focal de la fanedición madrileña y -creo que el tiempo ya lo ha dejado bien claro- una de las mejores que ha dado la década de los noventa al fandom español. Estoy hablando de Cyber Fantasy. Durante sus seis apariciones, Cyber Fantasy ofreció grandes momentos al género, a la par que anécdotas de lo más jugoso que este vuestro fandomógrafo favorito no puede evitar reseñar antes de continuar con sus diccionarios y batallitas y demás otras subespecies dentro del florido ecosistema fandomítico.
Cyber Fantasy nació oficialmente en marzo de 1993. Se trataba de un empeño solitario de Alberto Santos, en aquel momento (primer) presidente de la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción y director de las colecciones de literatura fantástica de la editorial Edaf. Antes de hacerse cargo de la AEFCF, Santos había sido co-editor (junto con José María Nebreda, Jesús Palacios y Alfonso Álvarez Lorencio) de uno de los fanzines emblemáticos de los primeros años ochenta, Blagdaross, más o menos especializado en fantasía heroica. En este fanzine ya se definen algunas de las constantes de lo que sería la labor fandomítica de Alberto Santos: un exquisito cuidado por las ilustraciones y el aspecto visual en general, una desmedida querencia por el género en los años pulp (Robert E. Howard, Clark Ashton Smith...) y ciertas tendencias a coquetear con el lado más salvaje de la vida. Es probable, aseguran las malas lenguas, que Blagdaross feneciera cuando Santos se largó de vacaciones a Finlandia con el dinero del fanzine. Pero son sólo rumores, habladurías, dimes, diretes... El caso es que, frisando los años noventa, Santos se hace cargo de la sección de ciencia-ficción de Edaf, donde publica títulos indispensables para el aficionado que se precie de serlo: Zothique de Clark Ashton Smith, La serpiente Uróboros de T.E. Eddison o El fénix verde de Thomas Burnett Swann. En 1991 se deja nombrar presidente de la AEFCF, tras descolgarse del proyecto Ricard de la Casa (que iba a presidirla) y Pedro Jorge (que iba a ser su secretario, cargo que finalmente ocupó Julián Díez), en una Junta mayoritariamente barcelonesa que con el tiempo fue convirtiéndose en madrileña debido a la presencia en la capital, por motivos laborales, de Juanma Barranquero, y a que, una vez celebrada la HispaCon de Barcelona´91, la realización de actividades (el boletín Pórtico, la antología Visiones Propias, el premio Aznar de relatos) recae en el animoso fandom madrileño, la actual TerMa, que entonces no recibía ningún nombre oficial: tan sólo "la tertulia de Madrid". Es en ese fértil caldo de cultivo donde Alberto, mezclando a viejos conocidos con sangre nueva, madura su proyecto de revista. Una revista ambiciosa.
En principio, Cyber Fantasy iba a llamarse Fantasy Cyber, que ciertamente resulta más cacofónico y da como peor rollo. Tan sólo la insistencia de Juanma Barranquero (autor también del nombre de Núcleo Ubik, del cual hablaré en otra ocasión) consiguió que Alberto diera su brazo a torcer. En cuanto a la tirada inicial, quería editar 10.000 ejemplares, pero una agria discusión con José María Sánchez Pardo (compañero suyo en la breve etapa en que Santos ejerció como psicoanalista y eterno "casero" de las actividades afines a la tertulia: gran parte de la historia de Cyber Fantasy y de los tres primeros años de la AEFCF se escribió en el salón de su casa) en pleno bulevar de la calle Juan Bravo le disuadió y emprendió su aventura con unas cifras considerablemente más modestas. Digamos que, excepto en los dos primeros números, Cyber Fantasy nunca superó los mil ejemplares vendidos. Lo cual contrasta con ciertas informaciones que el cachondo mental de Eugenio Sánchez Arrate (contertulio procedente de los Licántropos Asociados, escisión del Círculo de Lhork que acabó siendo el germen de la tertulia) iba dejando caer por ahí, diciendo no sé qué de que Cyber Fantasy tiraba tres mil ejemplares y los vendía todos, lo cual era una fantasmada flagrante e inverosímil que sin embargo no debió de caer en saco roto, pues se cuenta que años después el fanzine Tránsito -cuyo responsable histórico, Joan Manel Ortiz, estaba presente cuando a Eugenio se le ocurrió soltar el comentario- todavía iba regalando ejemplares de su (por otra parte memorable) número 18... En fin, pecadillos de juventud. (O faneditores muy optimistas, yo qué sé.)
El caso es que llegamos a marzo de 1993. Una tarde cualquiera de un día de entresemana en el Café de Barquillo (hoy convertido en una tienda de decomisos), lugar adonde acudíamos los miembros de la tertulia de Madrid para, entre interminables partidas de futbolín, expulsar de nuestros organismos las toxinas generadas por las entrañables cenas de los jueves en el desaparecido restaurante chino Kindu: aquel cerdo klingon (digo agridulce), aquella sangría, aquel plato grasoso llamado "Las hormigas salieron del nido"... La asistencia al evento, unas cincuenta personas, fue uno de los actos puramente fandomitas más multitudinarios que jamás se hayan celebrado en Madrid, y tuvo un maestro de ceremonias de auténtico nivel: Luis Alberto de Cuenca, actual Secretario de Estado de Cultura, quien se deshizo en elogios acerca de la mayoría de los contenidos. Y no era para menos. Pese a la desastrosa maquetación de la parte ensayística, que hacía irreconocibles e indiscernibles las distintas secciones, el número 1 conseguía un acertado equilibrio entre clasicismo a ultranza (con dos relatos de Howard pertenecientes a la serie de Kull de Valusia) y modernidad más chupi guay de lo último de lo último ("El continuo Gernsback" de William Gibson), entre antiguos (José María Nebreda, Javier Martín Lalanda) y nuevos colaboradores (León Arsenal, Julián Díez, Juanma Barranquero), entre aciertos incuestionables (las ilustraciones de Frank R. Paul para el cuento de Gibson o Barry Windsor Smith para los de Howard, la maquetación del relato de César Mallorquí... con el hermoso dibujo de Virgil Finlay, cuyas florecitas fue pegando Alberto una a una) y detalles al menos discutibles (se presentó sin previo aviso en el domicilio madrileño de Fernando Savater para realizarle una entrevista; o la publicación de relatos pertenecientes a la antología Mirrorshades -sin pagar derechos-, que probablemente influyó en que ninguna editorial la publicase en español hasta hace un año). Tampoco faltó la polémica: algunos miembros de la Sociedad Tolkien Española protestaron por una falsa crítica (y digo falsa porque se incluía dentro de una sección que iba completamente de coña) de El Señor de los Anillos, a la que el falso crítico Tiberio de Andrés calificaba de "una sola trilogía (aunque otros libros del autor se desarrollan en el mismo ambiente), lo cual es prueba de la mediocridad de base que existe en esta obra"; pero la cosa no pasó a mayores.
Aunque el número 2 sí que estuvo a punto de costarle un disgusto a Santos. Aparecido en mayo de 1993, y con una tirada de 1.500 ejemplares -que lo sé yo, que bien que nos pasamos unos cuantos fandomitas todo el puente del Dos de Mayo alzando gloriosamente el número, página a página, en el antiguo domicilio de Alberto de la calle Chantada, justo encima de unas casas bajas que por aquella época se habían autoproclamado República del Cerro Belmonte como medida de protesta vecinal-, se trataba de un Especial Solomon Kane. Los relatos y poemas de Howard estaban bien, pero surgió un problema no por inesperado menos previsible: los derechos estaban contratados con Anaya, más concretamente con la colección Ultima Thule que dirigía Javier Martín Lalanda. Digamos que sólo la mediación amistosa de Alfredo Lara evitó que el asunto acabara en los tribunales.
El número 3, aparecido durante la HispaCon de Gijón ´93 (sí, esa donde nos metieron en el local más apartado del Centro Comercial Los Fresnos, y todo ello con un presupuesto notablemente superior al de la HispaCon de Barcelona ´91, que no es por nada, lució mucho más, entre otras cosas porque se veía en qué se fue el presupuesto), presentaba un cambio notable: se pasa del lomo pegado al lomo grapado y se inaugura la presentación que con levísimas variaciones Cyber Fantasy habría de mantener hasta el final. Fiel a las sorpresas, Alberto se descolgó con dos letras de canciones, una de Billy Idol y otra de Fangoria. Además, el número contenía un Hugo pésimo ("Caminata al sol" de Geoffrey Landis) que contrastaba con las excelencias de "La pared de hielo" de César Mallorquí, una de las pocas obras maestras absolutas que ha dado la ciencia-ficción española. Sin embargo, se trató de un número eclipsado por una experiencia amarga: la famosa Asamblea de socios de la AEFCF, de la cual hablaré largo y tendido en otra ocasión, en la que la Asociación estuvo a puntito de irse al garete y a la que Alberto acudió con una resaca de tres pares de narices. (Aunque no tanto como aquella cogorza colectiva que cogió todo el fandom madrileño -y no sólo el madrileño- en el transcurso de una cena de homenaje a Joe Haldeman, allá por junio de 1994, en el que se oyeron algunos de los chistes verdes más burros que he oído en mi vida, el orujo corrió de lo lindo y nuestro editor de marras acabó metiéndose en un taxi... por el maletero.)
Continuando con la progresión ascendente de calidad en cuanto a contenidos y presentación, el número 4 (primavera de 1994) nos ofrece un Especial Ciencia Ficción Española (con el gamberro subtítulo "Nosotros también sabemos hacerlo", que por cierto ya había sido utilizado en el número 3 para la entrevista a Hipólito Cantero, responsable de los efectos especiales de Acción Mutante), en el que nuevamente destacaba el relato de César Mallorquí ("El hombre dormido") y muy especialmente "El agente exterior" de León Arsenal, que además estaba magníficamente ilustrado por Paco Roca. Las críticas, coordinadas por León Arsenal, adquieren cierta consistencia, y se produce la incorporación de Pepe Sánchez Pardo en el consejo de redacción.
Y aquí quería llegar yo. El consejo de redacción de Cyber Fantasy deparó momentos memorables que no deberían quedar sin reseñar. (Pasemos por alto el christmas navideño de la AEFCF que consiguió colar en el número 1, con Quiyo, la mascota de la Asociación, ataviado de Papá Noel y deseando a todos un "feliz invierno nuclear".) Es famosa aquella reunión en la que Alberto se presentó con el boceto de una barra de pan decorada con tuercas, tornillos y conexiones eléctricas que quería incluir a toda costa en el número siguiente. A la pregunta de qué era aquello, Alberto respondió, con toda naturalidad: "¿Pues qué va a ser? ¡Un ciberpán!". O la no menos famosa discusión acerca de los suscriptores, que según él eran una lacra, porque te pagaban una vez y ya tenías la obligación de darles por la cara unos cuantos números. (A todo esto, Cyber Fantasy se convirtió en la única publicación del fandom cuya cuota de suscripción -3.000 pesetas- resultaba más cara que comprar los números uno por uno -2.970 pesetas-. Tremendo.) Aunque también, justo es reconocerlo, nos dejó a todos sentados de culo en alguna que otra ocasión, como la elección de ilustraciones para el número 5.
El caso es que el número 5 nos salió involuntariamente un tanto "oscuro": cuento de Pat Cadigan, cuento de una tal Robbi Sommers (que León Arsenal, el principal responsable de que el cuento resultara malo de solemnidad en inglés y tan bueno en castellano que acabó siendo finalista de los Ignotus, siempre afirmó que era un seudónimo de Poppy Z. Brite, lo cual no sería de extrañar) y otro de los buenos relatos que Arsenal publicó en Cyber Fantasy: "Besos de alacrán". Alberto propuso realizar una portada en blanco y negro y todos nos echamos a su yugular: ¿cómo iba a ser eso posible, si se trataba de una publicación en la que las portadas podían salir en color? Hasta que nos enseñó el precioso portfolio de Manuel Morales que acabó ilustrando el cuento de Arsenal y nos calló a todos la boca al mismo tiempo que nos dejaba boquiabiertos (sic). La discusión acabó derivando hacia cuál de aquellas maravillosas ilustraciones iba a ser la portada.
El último Cyber Fantasy, el número 6, apareció en la HispaCon de Burjassot ´94, y tal vez hubiera sido el principio de un retroceso en la calidad de haber existido una continuidad. Recortados los poderes del consejo de redacción (¿habéis visto Gremlins 2? Pues eso éramos), Alberto tomó nuevamente las riendas de la revista y se permitió pifias como ilustrar a página completa un cuento de dos páginas de Jack McDevitt o rechazar un relato que el tiempo ha demostrado que posee verdadera entidad, "Ébano y acero" de Rafael Marín, y en su lugar reeditar un experimento de juventud del autor gaditano, "Breve historia del destino y posterior descanso de Dorgon, el héroe". Se trataba de un número especial sobre los premios Aznar, con relatos de Pedro Pablo García May o César Mallorquí, éste último ilustrado por Paco Roca con su habitual maestría (véase la portada).
¿Por qué cerró Cyber Fantasy? Es cierto que Alberto se pasó toda la HispaCon de Burjassot haciendo suscripciones, aunque el número 7 (que hubiera incluido, entre otros, relatos de Armando Boix -"La soledad de los muertos"- y Carlos F. Castrosín -"El hombre de azúcar"-) nunca llegó a aparecer, y desde luego quien esto escribe no tiene constancia de que se reintegrara el importe de aquellas suscripciones fantasmas. Con ello se generó un evidente malestar, pues el asunto era demasiado grave: se estaban recaudando suscripciones para un proyecto que más que probablemente no iba a tener continuidad. En los tiempos que corren se reintegra el importe completo de las suscripciones, bien sea en metálico o en especie o canjeándolas por otras suscripciones a distintas publicaciones (así lo han hecho, desde Núcleo Ubik hasta BEM, gran parte de los fanzines y revistas cancelados en los últimos años), razón por la cual tal vez no se termine de entender la sensación de tomadura de pelo que aquel hecho dejó en algunos cientos de lectores. Además, la revista estaba empezando a funcionar, tenía una imagen bien definida, contenidos atractivos... pero tal vez no fuera suficiente. Cyber Fantasy murió de éxito, pues su buen funcionamiento convenció a Santos para dar el paso al mundo editorial. Alberto Santos, editor, arranca pocos meses después con tres títulos: una guía de Star Trek (algo obligado, dado que Alberto estaba empezando a rodearse de los elementos más trekkies del fandom madrileño), un estudio sobre Conan (obra del malogrado Juan Carlos García Herranz y de Eugenio Sánchez) y Goremanía de Jesús Palacios. Los libros le funcionan realmente bien y, pese a algún que otro susto periódico (como una visita inesperada y más que convincente, con fines meramente recaudatorios -eso sí-, por parte de dos amigos de un famoso actor cuya autobiografía apareció publicada en la editorial), se puede decir que se han convertido en pequeños clásicos de la literatura ensayística de género fantástico en español. En Alberto Santos, editor, se han publicado obras relativas a temas tan variados como la Patrulla X, Star Trek, Star Wars, Spiderman...
El legado de Cyber Fantasy, pese a haber publicado tan sólo seis números, es crucial para el fandom español de los primeros noventa. Nos convenció de que se podía hacer una revista digna sin muchos medios, tan sólo con magníficos contenidos. Sirvió para dar a conocer algunos de los mejores relatos de León Arsenal y César Mallorquí, lo cual es tanto como decir algunos de los mejores relatos de la historia de la cf española. Supo tener una imagen propia, un sello de calidad que la hacía reconocible. Atrajo hacia el género a muchos lectores que buscaban una revista centrada en los relatos y que gracias a sus páginas descubrieron que no sólo había vida tras Nueva Dimensión (Ramón Muñoz dixit) sino que la cf española podía alcanzar un buen nivel literario. En definitiva, se trató de uno de esos puntos álgidos de la historia del fandom cuya memoria, hoy por hoy, resulta conveniente reivindicar y dar a conocer a las nuevas generaciones de aficionados antes de caer en el olvido. Una publicación que dio al lector español relatos de indiscutible calidad como "El continuo Gernsback" de William Gibson, "Petra" de Greg Bear, "Roqueando" de Pat Cadigan, "Queda un espacio vacío" de Julián Díez, "Forastero en esta tierra" de Pedro Pablo García May, "Desde siempre y por siempre" de Félix J. Palma, "El agente exterior", "Besos de alacrán" y "Todas las noches" de León Arsenal, o "El mensaje perdido", "La pared de hielo" y "El hombre dormido" de César Mallorquí. O artículos como la presentación de Mirrorshades o "Relatos que recordar", donde Julián Díez realizaba una de las mejores reflexiones posibles sobre el estado de la cf española. O ilustraciones como las realizadas por Manuel Morales para la portada del número 5 y el relato "Besos de alacrán" o Paco Roca en las portadas de los números 4 y 6 y los relatos "El agente exterior" y "Klev el tartesio"...
Y todo esto, para acabar saldada de una manera cuasi clandestina en una librería de la madrileña calle Hortaleza especializada en revistas pornográficas. |