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Alberto CairoMartillo de clásicos
Más mediocre
de lo que pensáis

Alberto Cairo


James Blish
Un caso de conciencia

Encantos inconfesables
de las canonjías y los saurios díscolos

La tradicional y emblemática cortedad de miras de la ciencia-ficción mainstream (valga la paradoja), junto a su inevitable vulgaridad ideológica y su tosco tratamiento de los problemas humanos reales, que contrasta con el exquisito detalle con el que se describen las tuercas y tornillos de cachivaches enervantes que en nada ayudan a la comprensión de una historia (las historias siempre son las mismas, y sus protagonistas son personas: si no es así, hay que ser un Stapledon o un Lem para salir airoso; y todos sabemos que sólo hay un ejemplar de cualquiera de los dos...), la cortedad de miras, decía, ha hecho que el indomable ánimo entronizador del fan asilvestrado haya conducido a esta novelita hasta los altares de los clásicos del género. Inmerecidamente, claro. Como de costumbre.

Un caso de conciencia

De Un caso de conciencia se ha dicho alguna vez que es la cumbre de la ciencia-ficción religiosa, un poderoso documento que expone grandes problemas éticos y religiosos, al enfrentar la forma de entender el universo de un jesuita con una sociedad casi perfecta cuya mera existencia contradice sus ideales más arraigados. Tan pomposas declaraciones, que pueden leerse incluso en ensayos de merecido prestigio, contribuyen a empeorar la opinión que uno tiene sobre el libro: si nadie lo hubiera elogiado, si hubiera permanecido oculto en la memoria del género como un texto secundario (al estilo de los grandes malditos de la cf, como Galouye), pienso que hasta lo vería con cierta simpatía. Desgraciadamente para el libro y para servidor, que ha invertido varias horas leyéndolo en dos ocasiones, no es así. Y es que partiendo de un tema tan interesante resulta llamativo que la novelita acabe convirtiéndose en un documento esquemático, infantil, ridículamente naif en su tratamiento del conflicto al que se enfrentan sus protagonistas, que pasan en un decir "ave maría purísima" de la sauriolatría a la sauriofobia ante la sociedad lithiana, que ha logrado una calidad de convivencia envidiable sin necesidad de haber interiorizado la creencia en un ser trascendente y supramundano. El tema central está tan mal desarrollado como cabe esperar de una novela de ciencia-ficción de finales de los cincuenta -cuestión de ley de probabilidad-, y, lo que es peor, su ritmo, aceptable en su primera mitad, se hunde sin remedio en un farragoso segundo acto en el que la acción se traslada a la Tierra. Como corresponde a una novela hard que se precie (parece hard, por lo menos), hay bastantes detalles científicos irrelevantes metidos a presión para darle empaque al asunto, personajes mohosos y algo estultos, y anestesiantes disquisiciones de temible prosopopeya a millardos.

El problema de casi todos los libros que tratan el primer contacto es que presentan a los extraterrestres con inequívocos atisbos de antropomorfismo, aunque sea soterrado (por muy extraños que sean, sus referentes físicos y mentales son propios del hombre), sin tener en cuenta que los caminos de la evolución son tan complejos que en el caso improbable de que alguna vez encontremos vida inteligente en el universo, lo más seguro es que seamos totalmente incapaces de comprenderla y, por supuesto, de comunicarnos con ella. Y, con toda seguridad, no tendrá aspecto de reptil gigante, porque los reptiles gigantes están bien para un space opera con destructores hiperlumínicos que combaten disparándose llameantes astrolitos en gloriosas y cansinas escaramuzas estelares, pero no para una novela seria, casi de tesis. El tratamiento del primer contacto es más satisfactorio cuando el autor abandona cualquier conato de veroslimilitud en la descripción fisiológica y exagera hasta el límite algún rasgo grotesco de sus criaturas, caso de Brian W. Aldiss y sus alienígenas comermierda (literal) de Los oscuros años luz. Dada la imposiblidad humana de comprender a criaturas inteligentes (¿qué es la inteligencia sino una manifestación tan única como cualquier otra de adaptación al medio?), el escritor avispado no intentará convencer al lector de que lo que muestra es real, sino que optará por hacerlo lo más increíble que pueda para que su atención no se distraiga de lo que verdaderamente importa. Un caso de conciencia no goza de la cordura envidiable de Aldiss, sino que evidencia una intolerable cicatería imaginativa, que intenta suplir con el consabido recurso de la minuciosidad onerosa. Blish describe con profusión de párrafos innecesarios la sociología de sus criaturas, incluso aporta (muchos) datos prescindibles sobre sus costumbres y hábitos cotidianos, que entorpecen la narración y la convierten en un légamo zarrapastroso en su segundo segmento, como se ha anotado más arriba. Una pena. Un desperdicio. Doscientas páginas más para engrosar el montón que se agolpa en las estanterías más inaccesibles.


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