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Alberto CairoMartillo de clásicos
Más mediocre
de lo que pensáis

Alberto Cairo

Jack Womack
Ambiente

La subversión como producto de masas

En los anaqueles polvorientos de los que simpatizan con el sector neanderthal de las hoyadas mucosas e incombustibles del fandom -esos (pocos) oligarcas que viven en permantente enroque frente a las hordas pro-mainstream, y que son capaces de afirmar, sin despeinarse, que la ciencia-ficción no necesita ser literatura para hacerse merecedora de un lector avezado, faltando al respeto al mismo tiempo a aquél y a los autores que se esfuerzan por dignificar sus creaciones-, se agolpan todavía las birriosas lascas del lento tallar de los mitos que caracterizan nuestro malquerido mundillo. De esos mitos, con la salvedad del cada día más hediondo de que "la cf es literatura de ideas", destaca el inepto "la cf es el género más dotado para la ruptura, la innovación, etc.", gloria de paletos y cejijuntos admiraombligos que gustan de justificar gustos inconfesables -que todos compartimos, en mayor o menor medida- con eruditos desarrollos teóricos explicando la cualidad subversiva de cosas como Ambiente. Se empieza elogiando las virtudes creativo-prospectivas de novelas mal hechas, como ésta, y termina uno enojándose porque alguien le escupe a la cara que Larry Niven tenía la finura estilística de un elasmobranquio con cáncer de cartílago.

Ambiente

Hay poco malo en esta novela gazmoña y engañosa, pero lo poco malo que hay es tan malo, pero tan, tan malo, que su lectura provoca más de un sarpullido en la lengua, de tanto chasquearla. Ambiente es tan subversiva como un capítulo de Heidi por su obsesivo afán de ser el más difícil todavía del near future, el despiporre sangriento y gamberro de la cf posmoderna, el no va más de la distopía. Con intenciones tan encomiables, Womack, al que admitimos una notable capacidad para inventarse lenguajes absurdos que nadie entiende y que resultan imposibles de traducir, nos obsequia con otra martingala más para engrosar las colecciones de los quiero-y-no-pude-en-su-momento de la denuncia cienciaficcionera, corriente con noble tradición en el género, pero de infausto -y gozosamente inductor de bostezos- recuerdo. A las fuentes me remito.

Preguntémonos todos al unísono: ¿es Ambiente crítica o es Ambiente parodia? En ambos casos, el libro sale mal parado. Como denuncia es simplemente imbécil (etimol., del latín imbecilis, uséase, muy débil), y como parodia no tiene gracia. Y ambas cosas por la misma razón: su calculadísima falta de pudor con las exageraciones. ¿Quién va a sentirse herido por la historia de un magnate con freudiana animadversión hacia su padre, quién se va identificar con una desdentada puta o con un anormal contratado como guardaespaldas-eliminamolestias? ¿Quién será capaz de captar las implicaciones subversivas de esa ciudad de violencia desatada y cruel, una Nueva York del presente siglo en la que las terrazas están ocupadas por ametralladoras de gran calibre? ¿Existe alguna conexión evidente entre lo que Womack nos cuenta y el mundo real actual (sea nuestra actualidad o la actualidad de los ochenta), como para que podamos considerar que Ambiente arremete contra algo en concreto que merezca ser derribado por su mezquindad, su ruin existencia, su injusto actuar? La respuesta es no. Una, dos, tres veces no. No hay nada subversivo, ni crítico, ni jocoso en Ambiente porque el material del que parte es artificioso a priori, y no después de haber pasado por la transformación controlada de las constantes de la vida contemporánea -caso del gran clásico del "Lucy in the Sky with Diamonds" del guetto: La naranja mecánica-. Si no existe una identificación directa (aunque esté disfrazada) de los personajes de una parábola con referentes del entorno inmediato, si no somos capaces de asociar al magnate de freudiano odio con el capitalismo arrogante y caníbal, o a la puta de dentadura postiza con los oprimidos, por ejemplificar, a causa de la ineptitud de un autor, la inocuidad del placebo literario queda en evidencia. Ambiente es, por todo esto, más un guiñol que una parodia/parábola, y como tal debe ser leído. Y su peor defecto no es éste, como se podrá suponer -hemos disfrutado demasiado de Brown como para denostar los constructos guiñolescos por sí mismos- sino por que ni siquiera como guiñol (es que ni con esto, oigan) Ambiente tiene la más mínima vida. Es un producto cerebralmente comercial con objetivos tan evidentes como Matrix, salvando los trece o catorce años que separan ambos engendros, y hay quien incluso afirma que responde a un deseo de trasladar a la literatura los postulados estéticos de Metal Hurlant: destruir el argumento en favor del efectismo gráfico (lingüístico) más grosero. Y es que para ser buen crítico social, bufón hiriente o humorista oficial de un género se necesita algo más que drogas, chupas de cuero, rifles de calibre inverosímil, corporaciones sin rostro que gravitan sobre nosotros con la amenaza del desempleo y la ruina como himno, policías opresoras, lluvia a todas horas, jergas sin sentido y enemas de ácido nítrico. Se necesita honradez.

Por cierto, parece que Ambiente (Amazon dixit) pertenece a una serie: Ambient, Terraplane y Heathern. Y Rafael Marín (sufridísimo traductor de esta cosa) me ha comentado que hay una cuarta: Elvissey. Lo digo por si no se consideran bien avisados...


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