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David G. Panadero Género negro
Cosecha Roja
David G. Panadero


Esos entrañables policías.

Algo estaba sucediendo en la novela negra norteamericana de los años 50. Los policías habían ganado definitivamente el protagonismo; se hablaba mucho de ellos y no se hablaba precisamente mal. Había surgido el subgénero conocido como police procedural, que, con afán documentalista, retrataba el trabajo cotidiano de la policía, sus vidas diarias, sus intimidades. El fin de estas novelas era, por lo general, subrayar la eficacia de las fuerzas de seguridad a la hora de resolver los casos más diversos. Y por lógica, cuando la literatura asume el punto de vista de la policía, ello implica que la figura del delincuente deja de interesar, pues pasa a ser el secundario que hay que reducir o eliminar. Bajo este prisma, rara vez nos interesaremos por el origen de sus conflictos, y menos aún, llegaremos a adentrarnos en su lógica.

Toda una nómina de autores -Lawrence Treta, John Ball, Jerome Charyn, Joseph Wambaugh- empezaron a contarnos las hazañas de la policía. Aunque en justicia, debemos reconocer que el sentido reaccionario que tuvo el police procedural en sus primeros años, iría difuminándose, quedando la herencia de una forma de construir las historias, el gusto por unos personajes muy determinados.

Precisamente dedicamos unas líneas al más prolífico y puede que al más importante de los autores del subgénero: Ed McBain, que escribiría docenas de novelas centradas en los funcionarios del Distrito 87 de la ciudad imaginaria de Isola. Aportaría una al año, y en muchas ocasiones dos y tres obras, todo ello durante más de cuatro décadas.

Con sus novelas, McBain mostraba un retrato algo idealizado de Norteamérica y sus gentes, donde los protagonistas son esos afables policías que velan por nuestra seguridad. Si bien en sus novelas vemos un protagonismo colectivo por parte de la policía, finalmente algunos destacan más que otros. Y aquí se ve el talento del escritor para crear una nómina de personajes entrañables, de los que es fácil encariñarse. Steve Carella es el más carismático de todos; buen compañero, diligente y solidario, siempre se responsabiliza por encima del deber. El acomplejado Meyer Meyer, de origen judío, viene a aportar una nota de comicidad, ya que siempre le toca aguantar carros y carretas.

El joven Bert Kling suele andar dispuesto a enamorarse, y en cada novela encuentra a la mujer de su vida, para después perderla... Este conjunto de personajes y relaciones acaban siendo los protagonistas de la novela, a veces incluso por encima de los casos planteados, que pueden llegar a quedar irresueltos. ¿No les recuerda todo esto a la serie de televisión Canción triste de Hill Street?.

Dedicaremos una mención especial a la novela Llegó la banda (1971), de estructura verdaderamente anárquica, que sigue 24 horas en la vida de la comisaría. La novela está dividida en dos tiempos: turno de noche y turno de día. Pues bien, no para de haber altercados; cuando pensamos que una situación se ha resuelto entra un nuevo detenido, comienza una nueva historia, creándose así una novela episódica vibrante, en la que todo puede suceder: una anciana mata a toda su familia, una casa se ve poseída por fantasmas, una actriz es asesinada, prenden fuego a una iglesia...

Aclararemos una última cuestión: si pensamos en procedimientos policiales, lo más posible es que muchos imaginen a los forenses, los de dactiloscopia, la policía científica y toda suerte de aparatos de alta tecnología, pero sorprendentemente, a McBain le interesaba bien poco todo esto. Por fortuna, hablamos de un escritor que da más importancia a la capacidad de discernir y razonar de sus policías antes que a los artilugios deslumbrantes. Citemos su novela El atracador (1956).

Como todo el mundo sabe, la ciencia es el mejor detective.

Entregue al laboratorio de la policía un fragmento de cristal y le dirán la marca de coche que conducía el sospechoso, cuándo lo lavó por última vez e incluso los Estados que con él recorrió.

Eso, si están de suerte.

Cuando la suerte les es contraria, la ciencia es tan buena detective como el heladero de la esquina.


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