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Rodolfo Martínez Género negro
Cosecha Roja
Rodolfo Martínez



Pequeñas células grises (I):
Poirot contra Fu-Manchú

Agatha Christie

Aunque me gusta la novela-problema británica tengo que reconocer que no soy precisamente un gran admirador de Agatha Christie. Le reconozco el mérito de haberse sabido mantener en la cumbre durante tanto tiempo y la habilidad innegable para ensartar tramas inverosímiles sin que lo parecieran y conseguir al final que nos creyéramos que todo encajaba y que además no podía hacerlo de otro modo. Al respecto son impagables los comentarios de Raymond Chandler sobre Diez negritos o Asesinato en el Orient Express, cuando destruye la verosimilitud de ambas novelas en menos de media docena de frases. El mérito de la autora está en que no nos demos cuenta mientras leemos de que la historia no se sostiene ni por la más feliz de las casualidades.

Poirot

Sin embargo, siempre me han resultado poco simpáticos sus personajes principales. Con el tiempo me he ido reconciliando con la señorita Marple (y, mal que me pese, hasta se me ha ido volviendo entrañable), pero sigo encontrando a Poirot cursi, amanerado e insufrible. Habrá quien me diga que Sherlock Holmes, uno de mis personajes favoritos, no es menos insufrible. Por algún extraño motivo Holmes no me resulta antipático pero apenas puedo resistir los impulsos de retorcerle el gaznate al relamido belga. Creo saber por qué es, aunque me resultaría difícil argumentarlo; pero diría que Conan Doyle construye un personaje mayor que la vida, mientras que Agatha Christie diseña un pelele de talla mucho menor. En cierto modo, las novelas de Agatha Christie se leen a pesar de su protagonista, porque el misterio está lo suficientemente bien tramado para que podamos prescindir del odioso personajillo belga. Por el contrario, muchos relatos de Conan Doyle se leen a pesar del misterio -como mínimo tonto en muchos casos- y gracias a la personalidad de Holmes; y es que como Chandler decía, Sherlock Holmes es "poco más que una actitud y media docena de líneas de diálogo magníficas".

The Murder of Roger Ackroyd

Es curioso, por tanto, que la que considero la mejor novela policiaca al estilo clásico no sólo sea de Agatha Christie, sino que tenga a Poirot como protagonista. Me refiero a El asesinato de Roger Acroyd, que lectores más veteranos quizá recuerden bajo el título de El asesinato de Rogelio Acroyd, siguiendo la costumbre editorial de hace unos cuantos lustros que traducía invariablemente los nombres de pila de los personajes o incluso los autores (así, hemos visto obras firmadas por Edgardo Poe; o han pasado a la memoria colectiva los nombres de Guillermo -y no William- Brown o Julio -en lugar de Jules- Verne). De hecho, recuerdo una novela (creo que Cianuro espumoso) donde el traductor se disculpaba por dejar el nombre de la protagonista, Rosemary, en el original y no traducirlo como Rosa María. Argumentaba (innecesaria aunque atinadamente) que el nombre inglés no se correspondía con el castellano, sino que significaba "romero" y que venía de los términos latinos que significaban "rocío" y "mar"; puesto que su sentido etimológico era importante en el curso de la historia se veía obligado a dejarlo en el original.

Si bien el grueso de la obra de Agatha Christie lo componían las novelas de corte clásico, ocasionalmente se permitía pequeños caprichos, como La venganza de Nofret (un policiaco ambientado en el antiguo Egipto), Intriga en Bagdad (un thriller político) o, finalmente, Los cuatro grandes, en la que hace una incursión en la literatura pulp al más puro estilo de Doc Savage o La Sombra. De hecho, en esta novela, la autora usa y abusa una y otra vez de trucos y gadgets pertenecientes a la literatura popular más efectista y llega a obtener resultados francamente disparatados. Los cuatro grandes es una novela delirante y divertida donde Poirot -como un James Bond cualquiera- se enfrenta a una conspiración para hacerse con el control mundial dirigida por cuatro oscuros personajes, uno de los cuales es un infame doctor oriental que, si bien no es nombrado de ese modo por evidentes problemas de derechos de autor, no es otro que el Fu-Manchú de Sax Rohmer. Incluso llega, en el desenlace de la novela, a usar un artificio tan propio de un folletín como que Poirot finja su muerte y luego se haga pasar por su hermano (Ulises Poirot) por el método genialmente estúpido (y que por supuesto engaña a todos) de afeitarse el bigote.

No es, desde luego, una novela para ser tomada en serio (pero ¿hay alguna?) pero sí para proporcionarnos unas horas divertidas viendo al habitualmente relamido y serio Poirot comportándose más que nunca como un personaje de opereta y rodeado de trucos de literatura barata por todas partes. Un capricho, sin duda, por parte de Agatha Christie, pero un capricho logrado y divertido.

The Murder of Roger Ackroyd

Termino esta columna ligeramente caótica volviendo a El asesinato de Roger (o Rogelio) Acroyd. Porque resulta curioso que la considere casi la novela policiaca perfecta si tenemos en cuenta que rompe una de las normas no escritas -aunque en realidad si lo están, en uno de los textos de Chandler- del género: traiciona la confianza que el lector no puede evitar depositar en un narrador en primera persona. Pero el de esa novela miente (o más exactamente no cuenta toda la verdad) y podemos argüir por tanto que la obra no es honrada con el lector. Sin embargo, tal y como Chandler decía, la trampa está tan bien construida y explicada (toda la novela, de hecho, está edificada de un modo muy brillante alrededor de esa trampa), que uno se la perdona sin demasiados problemas. Y al contrario que muchas novelas policiacas que una vez resuelto el misterio carecen del menor interés, El asesinato de Roger Acroyd gana con una relectura, sabiendo ahora dónde y de qué modo el autor nos ha escamoteado la verdad y contemplando con deleite lo bien que lo ha hecho.


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