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En torno a Stranded (Náufragos)
Julián Díez


Creo que las circunstancias me han brindado una perspectiva bastante particular de la película Stranded. Por casualidad, supe del proyecto antes que casi nadie, debido a que viajé con Juan Miguel Aguilera a Nantes para el festival Utopia 2000 cuando la idea de la película era poco más que un sueño del que su propio guionista dudaba más que seriamente. Y por diversas circunstancias, no pude asistir a ninguna de las proyecciones previas al estreno (que coincidían de forma casi conspiratoria con viajes y jornadas de trabajo imposible), y terminé viéndola diez días después de su estreno, cuando ya casi todo el mundo ha hablado de ella y la sensación global es la de que se trata de un mayúsculo fracaso.

En el recorrido, asistí, primero con incredulidad y luego con progresiva confianza, a la metamorfosis de un pequeño proyecto en una producción de cierta envergadura para lo que se estila en el mercado español. A la incorporación de más y más factores que hacían presagiar una película si no importante, sí al menos significativa: la presencia de estrellas de cierto prestigio, de unos efectos especiales de garantías, la selección para el festival de San Sebastián... Y todo eso parece haber quedado hoy sepultado por críticas demoledoras, una distribución que obviamente no tenía la menor fe en la película y el propio recibimiento gélido por parte del fandom.

Quizá han sido las expectativas quienes han terminado por convertir a Stranded en lo que no era: una gran película que fracasa. Y cuento todos los antecedentes porque, cuando finalmente yo me he enfrentado a la película en sí, tenía tantos elementos contradictorios que me influían, tantas referencias al argumento y tantas expectativas nacidas y muertas que quizá he sido de las pocas personas que he podido enfrentarme a Stranded libre de prejuicios por pura acumulación. Y, después de verla, mi opinión es clara: es una peliculita, sí, pero repleta de detalles interesantes y que no aburre en ningún momento.

La vi en el único cine de Madrid en el que aún se proyectaba diez días después de su estreno, y sólo en dos sesiones diarias. Éramos unas treinta personas, y tuve la sensación de que casi todos compartíamos las mismas sensaciones al término del pase. No escuché quejidos lastimeros ni nadie se aceleró al salir, hastiado del rato pasado en la sala. No había malas caras, como tampoco aullidos de entusiasmo. La película cumple. Con muchas, muchas carencias, pero cumple si además consideramos que se trata del primer acercamiento serio del cine español a la cf y que lo hace desde una perspectiva deliberadamente anticomercial.

El que un sector de la crítica se haya ensañado con ella calificándola incluso de "un futuro clásico del cine basura" sólo puede generar en mí sospechas. Muchos de esos críticos son simplemente los obtusos de rutina que sólo pueden hablar favorablemente de películas de compromisos social procedentes del tercer mundo (muy respetables y muchas de las cuales yo mismo veo con interés, pero que no son la única forma válida de hacer cine como parecen creer): los tipos que tacharon de fascista El club de la lucha y le pegan palos porque es una peli alegre a Amelie. Esos no tienen solución y ya cabe esperar de ellos ese tipo de reacción. Pero otros son más dañinos: los modernillos que jalearon no hace mucho la demencial La lengua asesina, o el costroso dislate Killer barbies. Ya sabéis: la línea "viva la caspa". Las críticas han sido tan encarnizadas por este lado que me temo que sólo pueden explicarse desde un punto de vista personal, como si hubiera quien se sintiera agredido por el intento de unos profesionales de realizar un producto digno dentro del género mientras ese núcleo no parece capaz de ir más allá de los cortos para amiguetes y los largometrajes de factura amateur (por utilizar un simpático eufemismo), en su decidida búsqueda de utilizar la cultura popular para (en palabras de uno de ellos, Jesús Palacios, en una mesa redonda en la pasada Semana Negra) convertirse en los bufones de la cultura mediática actual. Un puesto, por otra parte, muy bien remunerado.

Frente a esa estrategia del "(es)caspismo", Stranded peca de ir de frente y por derecho... y no llegar. Si bien la factura de la película es en gran medida impecable, sí deja los suficientes resquicios abiertos como para que puede atacarse contra ella con justificaciones. Aunque esos resquicios sean secundarios y no debieran de pesar demasiado en el juicio que la película merecerá al espectador imparcial.

Sin duda, el que más llama la atención, con mucha diferencia, es el del casting. Y, en concreto, el de la autoelección de la directora para uno de los personajes principales. María Lidón es una actriz muy, muy floja, claramente por debajo de sus compañeros de reparto. El hecho pesaría al tratarse de una película con sólo cinco personajes, pero es que además Lidón se ha reservado el rol de la mujer que queda al cargo de la expedición y es una de las protagonistas claras del relato. La peor escena de la película es una en la que la actriz/directora, de aspecto poco menos que postadolescente y con voz lamentablemente infantil, le da consejos de madurez nada menos que a Joaquin de Almeida, un cuarentón bragado de aire heroico.

El resto del reparto capea bastante bien con sus papeles, salvo un presentador que aparece al principio que coloca en mala pista de salida a la película (hay que ver cuán mal se puede actuar en apenas diez segundos). La opción de convertir a todos los astronautas salvo al Luca Baglioni al que da vida Vincent Gallo en una suerte de catatónicos a la manera de Keir Dullea en 2001 es una opción discutible, pero que me parece comprensible.

Los efectos especiales son competentes y la fotografía responde a las expectativas creadas por la presencia del oscarizado Ricardo Aronovich, lo que deja en buen lugar el balance global respecto a la dirección. En cuanto al guión, peca sobre todo de algún acartonamiento en los diálogos: unos son un tanto repetitivos, otros contienen frases demasiado largas que los actores no soportan mantener con convicción, y algunos más contienen demasiada ciencia como para que pueda ser captada por el público medio de un solo golpe de oido. Fallos, a mi juicio, todos ellos menores y que podrían haber quedado solventados con una revisión por parte de algún otro miembro del equipo con conocimientos algo más precisos del medio cinematográfico que los que debía tener el debutante Aguilera cuando escribió el texto, hace dos años. A cambio, se nos ofrece un pefilado de personajes resultón, una intriga que mantiene en vilo el interés del espectador y pequeñas y satisfactorias pinceladas de humor y emoción.

El punto más polémico acerca de la poelícula en sí nos remite a su balance final: una cierta sensación de haber visto algo curioso, pero que en el fondo es muy poca cosa. La conclusión de la historia puede resultar satisfactoria como final para un relato literario de ciencia-ficción. Pero el cine, para bien o para mal, nos ha acostumbrado a menores sutilezas, a relatos de mayor envergadura que las desesperadas caminatas de cinco personajes en busca de la supervivencia y hallazgos de mayor calado que unas cuevas con relieves extraterrestres. De forma injusta, yo mismo me descubrí preguntándome cuando se avecinaba el final si aquello era todo, o en sí mismo debería ser suficientemente satisfactorio como lo sería igualmente en una novela. Quizá sea precisamente este pecado de modestia, de buscar como modelo a la interesante pero menor Cube -algo reconocido por el propio Aguilera, el productor José Magan y la directora-, es lo que ha motivado que la película vaya a pinchar, de forma injustificada, también en el seno de un fandom con el paladar hecho a las grandes exhibiciones hollywoodienses. Con todo, que los mismos espectadores que pueden tolerar Pitch Black, rebuscaron para encontrar valores en Horizonte final o dejaron pasar Planeta rojo se ensañen con Stranded me parece una injusticia absurda.

Una última duda me queda sobre la película: si conseguirá tener una carrera modesta pero productiva en el exterior, algo que sin duda merece. Tal vez en un mercado libre de las expectativas creadas dentro del fandom, pero también de los prejuicios contra el género más arriba expuestos, Stranded conseguirá la acogida que sus cualidades merecen y que su frialdad y defectos -innegables, ya digo- no consiguen empañar del todo. Al fin y al cabo, y hasta que algún cipayo iluminado consiga algo que emerja de los mares de la autocomplacencia y los océanos del cutre-luxe (cosa que dudo bastante que llegue a producirse), estamos ante la mejor película española de cf de todos los tiempos, y eso ya por sí solo debería merecer nuestra simpatía.

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