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Mañana, en otro lugar
Una breve historia de la ciencia-ficción francesa: La Belle Époque (I)

Enrique García Martín-Romo


Cuando Juanma Santiago me sugirió que preparara algunos artículos sobre ciencia-ficción francesa para Gigamesh, el tema de entrada no me pareció excesivamente prometedor. El hecho de vivir en una ciudad mayoritariamente francófona no ha vencido nunca mi natural prevención hacia la literatura en lengua francesa, de ciencia-ficción o de cualquier otro tipo, con algunas excepciones como Montaigne, Proust, Yourcenar y de Maupassant. En cuanto a la ciencia-ficción, hace años que sólo leo ciencia-ficción en inglés.

Es cierto que hacia 1996 o 1997, en un newsgroup de ciencia-ficción, un chico brasileño -cuyo nombre he olvidado, del mismo modo que he perdido el libro sobre ciencia-ficción brasileña que había publicado y me envió- a quien le interesaba el tema y yo habíamos discutido la posibilidad de explorar en común la ciencia-ficción no anglosajona que estuviera a nuestro alcance. El newsgroup estaba compuesto mayoritariamente por anglosajones con lo que la propuesta no tuvo ninguna resonancia y el proyecto quedo en suspenso, como en suspenso quedaría el proyecto para Gigamesh.

La ciencia-ficción francesa por lo tanto quedó aparcada y hace un año sólo me sonaba al respecto el nombre de Bernard Werber. Como he dicho, el proyecto no me daba la impresión de dar para mucho: cuando uno conoce el prestigio casi religioso que la literatura tiene en la cultura francesa, me temía que un género tan "frívolo" como la ciencia-ficción estaría destinado a la oscuridad. Me equivocaba o, al menos, me equivocaba en parte.

Si uno quiere introducirse en un tema en un país francófono, el primer paso suele ser acudir a la colección Que sais-je?, donde es prácticamente imposible no encontrar un pequeño volumen que nos saque de apuros. En este caso encontré sendos volúmenes de Jacques Baudou: sobre la ciencia-ficción (science-fiction) y la fantasy, anglicismo con el que se denomina a la literatura de fantasía en francés, puesto que el término "literatura fantástica" tiene una consagración distinta. Más adelante encontré la obra de Berthelot, Bibliothèque de l’Entre-Mondes, de escasa utilidad pero muy ilustrativa de una cierta corriente crítico-literaria francesa para la que la ruptura es el valor principal en cualquier literatura; la decepcionante introducción a la ciencia-ficción de Manfredo en Découvertes Gallimard y, por último, el casi clásico La Science-fiction, de Millet y Labbé.

Con todo este equipamiento, me dispuse a tratar de abrirme camino en el tema.

Como era de esperar, la historia del género en Francia se retrotrae en todos los casos a la figura de Julio Verne (1828-1905), pero sin negar en ningún caso la influencia en el desarrollo de la literatura de ficción científica de H.G. Wells (1866-1946). De este modo, Jacques Baudou distingue a finales del siglo XIX entre una tendencia "popular" o de "proto ciencia-ficción", y una tendencia "letrada", que él denomina de lo "maravilloso científico", por razones que veremos después.

La influencia de Julio Verne en el género se encuentra aún más que en las más famosas novelas de aventuras, con su componente de "anticipación científica" -en palabras del propio Verne-, en las novelas más tardías, elaboradas ya fuera de la órbita didáctica del editor Hetzel bajo el que publicó sus "Viajes extraordinarios" entre 1866 y 1886. Algunas de ellas se publicaron sólo a título póstumo. Se trata de obras como Los quinientos millones de la Begum (1882), El viaje de un periodista norteamericano en 2889 (1889) o La isla a hélice (1895). En ciertos casos, incluso previamente a la muerte de Hetzel, consigue escapar de la órbita de éste con obras como Viaje a través de lo imposible (1882), escrita en colaboración con Adolphe d’Ennery, en la que se narra el viaje de astronautas terrestres a un lejano planeta habitado.

En la estela de Julio Verne, dentro de esta proto-ciencia-ficción a caballo entre los siglos XIX y XX, se encuentran autores que publican en revistas como Le journal des voyages o À l’aventure, en colecciones especializadas como "Les romans d’aventure" o "Le livre d’aventures". También se publican novelas en entregas como Le prisonnier de la planète Mars (El prisionero del planeta Marte, 1908) de Gustave Lerouge o Los aventureros del cielo de R.M. de Nizerolles. Los temas más corrientes en esta tendencia son los viajes extraordinarios y los mundos y civilizaciones desaparecidas.

Más interés de cara al futuro tienen los autores encuadrados en la tendencia "letrada", cercanos a los temas y motivos de H.G. Wells. Destacan en particular el autor belga J.H. Rosny (bajo el semi-seudónimo Rosny aîné, es decir, Rosny el mayor, porque había otro hermano menor con el que publicó bajo el seudónimo mencionado algunas de sus novelas, aunque la contribución de este último parece haber sido mínima) y Maurice Renard.

Aunque en la actualidad sea conocido sobre todo por su ciclo de novelas prehistóricas iniciado con La guerre du feu (La guerra del fuego, 1911), que inspiró la película del mismo título de Jean-Jacques Annaud en 1981, Rosny aîné es el auténtico precursor de la ciencia-ficción en Francia, con obras como Los Xipéhuz (1887), en la que los hombres prehistóricos deben luchar contra una raza de origen mineral que habitó en el pasado la tierra; La morte de la Terre (La muerte de la Tierra, 1910), donde la humanidad se eclipsa ante el desecamiento del planeta dejando paso a otras formas de vida; o Les navigateurs de l’infini (Los navegantes del infinito, 1925), novela en la que los seres humanos acuden en auxilio de una civilización marciana en peligro de desaparición.

Si dejamos a Verne a un lado, Rosny aîné es muy probablemente el autor más traducido al español de los que conoceremos en esta breve historia. Las novelas de su ciclo de las cavernas han sido editadas en castellano en numerosas ocasiones desde, al menos, 1935, cuando Seix Barral publicó El león de las cavernas, hasta la actualidad: en 2001, Valdemar lanzó en un solo volumen En busca del fuego (sic), El león de las cavernas y Vamireh; Hipòtesi publicó La conquista del fuego en 2004, y RBA en 2005 un nuevo volumen conjunto con El león de las cavernas y Vamireh. Menos abundantes han sido las traducciones de sus obras de ciencia-ficción, pero se cuentan tres ediciones de La muerte de la Tierra entre 1950 y 1992, cuando Mondadori la editó por última vez, y dos de La fuerza misteriosa, en 1949 y 1962. El hecho de que La guerre du feu haya sido vertido en varias ocasiones al castellano como La conquista del fuego (1941, 1947, 2004) o, más recientemente, como En busca del fuego, es uno de esos misterios de la traducción editorial que uno ha renunciado a resolver.

Maurice Renard, por su parte, es autor del término -por fortuna relegado- de "lo maravilloso-científico" y de una definición tan pretenciosa de dicho término que no me resisto a citarla: "Lo maravilloso-científico es una ficción que tiene por base un sofisma, por objeto llevar al lector a una contemplación del universo más próxima de la verdad, como medio, la aplicación de métodos científicos al estudio comprehensivo de lo desconocido y lo incierto".

Al margen de sus habilidades retóricas, Renard es el autor de obras como Le péril blue (El peligro azul, 1910), donde seres extraterrestres invisibles visitan la tierra con intenciones poco sanas, o Le maître de la lumière (El maestro de la luz), que gira en torno al tema del viaje en el tiempo. Para los curiosos, la Biblioteca Nacional no guarda ninguna obra del autor y, hasta donde yo sé, nunca ha sido traducido al castellano.

En definitiva, a caballo entre los siglos XIX y XX, y hasta entrados los años veinte, esta primera ciencia-ficción vive un momento de ebullición en Francia, en el que participan incluso autores no especializados en el género, como Claude Farrère, Ernest Pérochon o Maurice Leblanc, el creador del ladrón de guante blanco Arsène Lupin, que escribió dos obras de ciencia-ficción: Les trois yeux (Los tres ojos, 1919) y Le formidable événement (El formidable acontecimiento, 1920). De hecho, en 1903 el primero de los (por entonces aún no) prestigiosos premios Goncourt le será atribuido a una obra cercana a la ciencia-ficción: Fuerza enemiga, de John-Antoine Nau. Por cierto que por entonces era presidente de la Academia Goncourt el propio Rosny y formaba parte del jurado una de mis debilidades literarias, el decadente J.K. Huysmans.

Y, sin embargo, a pesar de esta efervescencia las cosas, como casi todo en Europa, estaban a punto de cambiar en los años que siguieron a la Gran Guerra.

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